El ritual del domingo es casi siempre el mismo. Me levanto a las seis en verano y a las siete en invierno, salgo una hora con la bicicleta, me llevo el móvil y la cámara de fotos, ¡ah! y Coca Cola fresca en el bidón. Quiere decir pues que salgo a pasear, no a hacer competición, pero me gusta ir en bicicleta y contactar con la naturaleza de mi entorno más cercano (si hace mucho frío no salgo con la bici). Llego a casa, me ducho, tomo un café y me voy a ver a mi padre, Mercè y Tina. Cojo el coche pués no tengo cadena para atar la bicicleta y me niego a atarla a una farola o a cualquier trasto porque no me la roben, y con otra cadena atar el asiento para que no me lo coja también. 
Antes, y no me gusta hablar demasiado de antes, la gente en los pueblos cuando salía de casa dejaba la llave puesta en la cerradura por la parte exterior por si algún vecino había menester algo. Esto se acabó hace tiempo cuando algún mangui avispado se dio cuenta y se dedicó a vaciar las viviendas de los confiados habitantes.
Volviendo al domingo, compro el pan recién salido del horno y me voy a desayunar con Santiago, mi padre, Mercedes (su compañera sentimental, ambos hace años que son viudos) y Tina la perrita que tienen. El ritual siempre es el mismo, Tina que me huele cuando aún no he llamado desde abajo, Santiago que como sordea no me oye llamae y cuando intuye que he llamado abre la puerta del piso, Tina que continúa ladrando y Mercedes que le dice a Santiago "abre la puerta de abajo que es tu hijo". Esto - os lo juro - pasa cada domingo del año.
Santiago tiene la cabeza muy clara a pesar de sus 95 años, y los domingos charlamos, y como tiene la cabeza clara hablamos de aspectos de la actualidad cotidiana, no ya de política, ambos hemos perdido hace tiempo la fe en esta entelequia, todo y que indirectamente siempre acabas hablando. Un domingo de estos hablábamos del revuelo que se había organizado en Barcelona por la prostitución callejera, y el hombre no lo entendía.
Siempre ha habido de putas - me decia - e incluso se les tenía cierta consideración, al fin y al cabo hacían una labor social, de aprendizaje hacia la juventud y de consuelo a quienes no econtraban lo que buscaban en casa o la gente mayor que se sentía sola, ¿cuántos padres no iniciaban a sus hijos llevándolos de putas. Porque la puta de antes era mucho más que una simple máquina de follar, era una consultora sentimental, un refugio donde cobijarse, una refugio con quien confesarse. Recordaba mi padre como después de la guerra que la prostitución se había prohibido y como no tuvieron más remedio que volver a dejar que continuara dado era una necesidad social para los mismos soldados invasores, sobre todo los legionarios, y como se había regulado, desde la Casita Blanca, a las casas de citas, los pisos y a las que en el estrato más bajo ejercían su trabajo en el "barrio Chino". 
Todo esto ha cambiado mucho Santiago - le decía - ahora las putas son del este o de esta entelequia llamada subsahariana, y se limitan a follar rápido y robar lo que pueden sin guardar las mínimas formas, son esclavas del sexo y nada más y por cuatro euros. Las putas de Serrat o de Ovidi han desaparecido y apenas quedan "madames", todo forma parte del declive de una manera de vivir de una ciudad como Barcelona, ​​víctima de sí misma y de un Ayuntamiento inoperante que ahora , porque salió una prostituta pegando una mamada nen plena calle en el País, se han asustado y rasgándose las vestiduras piden que se prohíba la prostitución en Barcelona que sería como pedir que se prohibieran los políticos que todavía son peores, y del mismo modo que no se pueden poner puertas al campo ni barreras al mar no se puede prohibir la prostitución, que eso de follar viene de viejo, tan de viejo como el pesado oficio de vivir o de panadero, y a la gente en general nos gusta. Quien no haya pasado por la primera de Serrat, quizás no lo podrá entender, pero las putas, nuestras putas de antes eran en general de buena madera y cumplían una función social importante. Las de ahora ya no son las nuestras, Y como sucede con los políticos, a mi padre y a mí, francamente, no nos interesan nada.