Un alemán de 16 años se ha convertido en la primera persona capaz de resolver un problema matemático que propuso Sir Isaac Newton hace más de 300 años. Shouryya Ray, un adolescente nacido en la India, resolvió un problema sobre la dinámica de partículas, que durante siglos habían tratado de descifrar numerosos matemáticos, mientras trabajaba en un proyecto escolar. Este joven me ha hecho recordar un matemático indio extraordinario Ramanujan, esta es su historia:

"Un día, a principios del año 1887, un brahmán de la provincia de Madras se dirige al templo de la diosa Namagiri. El brahmán ha casado a su hija hace ya muchos meses, y el hogar de los esposos es estéril. ¡Que la diosa Namagiri les dé la fecundidad! Namagiri escucha la plegaria. El 22 de diciembre nace un niño, al que se pone el nombre de Srinivasa Ramanuján Alyangar. La víspera se había aparecido la diosa a la madre, para anunciarle que su hijo sería extraordinario.
SRINIVASA RAMANUJÁN

A los cinco años, ingresa en la escuela. Desde el pri­mer momento, su inteligencia asombra a todos. Parece saber ya lo que le enseñan. Se le concede una beca para el liceo de Kumbakonán, donde es la admiración de sus condiscípulos y profesores. Tiene quince años. Uno de sus amigos hace que la biblioteca local le preste una obra titulada A Synopsis of Elementary Results in Pure and Applied Mathematics. Esta obra, publicada en dos volúmenes, es un recordatorio redactado por George Schoobridge, profesor de Cambridge. Contiene resúme­nes y enunciados sin demostración de unos 6.000 teo­remas. El efecto que produce en el espíritu del joven hindú es fantástico. El cerebro de Ramanuján se pone bruscamente a funcionar de un modo totalmente in­comprensible para nosotros. Demuestra todas las fór­mulas. Después de haber agotado la geometría, ataca el álgebra. Ramanuján contará más tarde que la diosa Na­magiri se le había aparecido para explicarle los cálculos más difíciles. A los dieciséis años, fracasa en los exáme­nes, porque su inglés sigue siendo defectuoso y le es re­tirada la beca. Prosigue solo, sin documentos, sus in­vestigaciones matemáticas. Por lo pronto, adquiere todos los conocimientos alcanzados en este terreno hasta 1880. Ya puede prescindir de la obra del profesor Schoobridge. Y aún va más allá. Por sí solo, acaba de reproducir, para rebasarlo después, todo el esfuerzo matemático de la civilización, partiendo de un recorda­torio, por lo demás incompleto. La historia del pensa­miento humano no conoce otro ejemplo semejante. El propio Galois no había trabajado solo. Estudió en la Escuela Politécnica, que era en su época el mejor centro matemático del mundo. Podía consultar millares de obras. Estaba en contacto con sabios de primer orden. En ninguna ocasión se ha elevado tanto el espíritu hu­mano con tan poco apoyo.

En 1909, después de años de trabajo solitario y de miseria, Ramanuján se casa. Busca un empleo. Le recomiendan a un preceptor local, Ramachandra Rao, ilus­tre enamorado de las matemáticas. Éste nos ha dejado el relato de su encuentro.

«Un hombrecillo desaseado, sin afeitar, con unos ojos como jamás he visto otros, entró en mi cuarto, con una gastada libreta de notas bajo el brazo. Me habló de descubrimientos maravillosos que rebasaban infinitamente mi saber. Le pregunté qué podía hacer por él. Me dijo que sólo quería lo justo para comer, a fin de poder proseguir sus investigaciones.»

Ramachandra Rao le pasa una pequeña pensión. Pero Ramanuján es demasiado orgulloso. Por fin le en­cuentra un empleo: un puesto mediocre de contable, en el puerto de Madras.

En 1913, le convencen de que entable correspon­dencia con el gran matemático inglés G. H. Hardy, a la sazón profesor de Cambridge. Le escribe y le envía por el mismo correo ciento veinte teoremas de geometría que acaba de demostrar. Hardy debía escribir sobre ello:

«Estas notas podían haber sido escritas únicamente por un matemático del mayor calibre. Ningún ladrón de ideas, ningún farsante, por genial que fuese, podía haber captado abstracciones tan elevadas.»

Propone in­mediatamente a Ramanuján que se traslade a Cambrid­ge. Pero su madre se opone por motivos religiosos. De nuevo la diosa Namagiri se encarga de resolver la difi­cultad. Se aparece a la vieja dama para convencerla de que su hijo puede ir a Europa sin peligro para su alma, y le muestra, en sueños, a Ramanuján sentado en el gran anfiteatro de Cambridge entre ingleses que le ad­miran.

A finales del año 1913, se embarca el hindú. Traba­jará durante cinco años e imprimirá un avance prodi­gioso a las matemáticas. Es elegido miembro de la So­ciedad Real de Ciencias y nombrado profesor de Cambridge, en el colegio de la Trinidad. En 1918 cae enfermo. Tuberculosis. Regresa a la India, para morir allí, a los treinta y dos años.

Dejó un recuerdo extraordinario en todos cuantos le conocieron. Sólo vivía para los números. Hardy fue a visitarle al hospital y le dijo que había tomado un taxi. Ramanuján le preguntó el número del coche: 1.729 «¡Qué hermoso número! —exclamó—. ¡Es el más pe­queño que es dos veces la suma de dos cubos!» En efec­to, 1.729 es igual a 10 elevado al cubo más 9 elevado al cubo, y es también igual a 12 elevado al cubo más uno elevado al cubo. Hardy necesitó seis meses para de­mostrarlo, y el mismo problema no ha sido aún resuel­to para la cuarta potencia.

La historia de Ramanuján es increíble para cual­quiera. Y, sin embargo, es rigurosamente cierta. No es posible expresar en términos sencillos la naturaleza de los descubrimientos de Ramanuján. Versan sobre los misterios más abstractos de la noción del número, y particularmente de los «números primos».

Poco se sabe de lo que, fuera de las matemáticas, despertaba el interés de Ramanuján. Se preocupaba poco de arte y de literatura. Pero le apasionaba todo lo extraño. En Cambridge se había montado una pequeña biblioteca y un fichero sobre toda suerte de fenómenos desconcertantes para la razón."