Hay noticias que cuando uno las lee en el diario, en este caso en el periódico de Catalunya de ayer, lo hace dos veces para terminar haciéndose cruces de lo que le cuentan. Esta noticia de lo que le pasó a Ricard Galcerán es una de ellas, una muestra de exceso de celo de un mindundi con 'mando en plaza', que seguramente debía llevar gorra, y chico, cuando a alguien le pones gorra, ya tienes a un pequeño dictador intolerante en marcha. Leed la esperpéntica historia de lo que le sucedió a este barcelonés, vale la pena:

"Ricard Galceran tiene el don de cierta generación de barceloneses enamorados de su ciudad: sabe un poco de todo. Y además le gusta explicarlo. Tanto, que muchos amigos y familiares lo utilizan como comodín para sacar a pasear unos conocidos que están aquí de paso. Y él, encantado de prestarse a ello. Esta «inquietud de toda la vida» le costó el 9 de mayo pasado un mal trago en el parc Güell, cuando dos guardias de seguridad y un responsable del recinto le prohibieron que dijera una palabra más sobre Gaudí a las tres personas que le acompañaban.«¿Usted es guía profesional?», Le inquirieron. «A partir de este momento, no puede hacer ningún comentario más sobre el parque», le insistieron más tarde. Ahogado en la sorpresa más absoluta, enfiló el camino de salida. Marchó «humillado». Según fuentes de BSM, la empresa municipal que gestiona el espacio, todo se reduce a una «cuestión de actitud corporal».Galceran se sintió un poco como el asesino del chiste de Gila: un criminal termina confesando porque un tío no para de susurrarle que alguien ha matado a alguien y que no quiere mirar a nadie. Él no había cometido ningún delito, pero por no armar una buena delante de sus amigos, optó por la paciencia y la bondad. La sorpresa tampoco le daba mucho margen de maniobra. Le acompañaban una pareja de jóvenes venezolanos y la madre de uno de ellos. Los conoció hace un año en el barrio, paseando al perro. Su mujer nació en Venezuela, y como a Galceran le cuesta poco entablar conversación, reconoció el acento y se presentó.Aquel sábado cogieron dos autobuses, el 7 y el 24, y entraron en el parc Güell por la parte alta. Allí comenzó a desplegar sus conocimientos, sin olvidarse de gestos y detalles. «Había venido mucho a pintar, así que me lo conozco bien. Fíjate en esta escuela. Cuando los Güell dieron el jardín en la ciudad, el ayuntamiento decidió convertir la residencia familiar en colegio». Se pone a contar la historia de lo que ve, aunque nadie se lo pregunte. «Siempre me ha gustado mucho enseñar cosas, no creo que sea nada malo».Cuando hacía una media hora que estaban en el recinto, un agente de seguridad se le acercó y le preguntó si era guía oficial. No llevaban cámaras de fotos o de manuales turísticos de la ciudad. A simple vista, eran cuatro personas paseando, sólo que una llevaba la voz cantante y los otros le escuchaban; típico en una situación en que uno sabe algo y el resto no. Galceran le dijo al hombre que no era guía, que sólo estaba explicando un poco la historia del parque. La respuesta lo dejó estupefacto: "Si usted no es guía, no puede explicar nada». Aquel primer choque quedó en nada. Siguieron como si lo hubiera sido fruto del imaginario gaudiniano.Pasaron cinco minutos, y en la escalinata, junto al dragón que todo buen turista ha acariciado con los dedos, los brazos y las piernas, les volvieron a abordar. Detrás, dos tipos con el uniforme de seguridad. De cara, «muy decidida y bajando los escalones», una trabajadora con teléfono y orejera. «Le tengo que decir que a partir de este momento no puede hacer ningún comentario más sobre el parque». Galceran giró la cabeza a derecha e izquierda buscando la cámara oculta que explicara una desaguisado como aquella. No la encontró. Aquello iba en serio, y él empezaba a calentarse. «Si insiste le tendremos que pedir que abandone el parque y siga las explicaciones fuera». O sea, se puede mencionar Gaudí fuera del recinto, pero dentro ..., allí sólo pueden hacerlo los que lleven una acreditación, los que sean guías oficiales. La mujer, recuerda Galceran, no se salía de la frase.Incluso cuando le preguntó qué pasaría si venía con sus hijos, la trabajadora se mantuvo firme en su argumento: del parque se habla con identificación, y en su defecto, a pontificar en la calle. «Fue una humillación, una vergüenza, pero quise evitar el espectáculo». Cuando abandonaron el lugar, volvió un momento hacia atrás para pedir una hoja de reclamación. Le dieron dos opciones, la de la Generalitat, que le invitaron a obviar porque era un trámite lento y nefasto, y la del mismo parc Güell, que es un test de satisfacción que tiene a bien incluir un pequeño recuadro de observaciones.Allí es donde Galceran se despachó a gusto. Cuando se iba, se dirigió a uno de los vigilantes. «¿Tienes hijos? Pues si has aprendido algo de Gaudí, que sepas que cuando les lleves aquí no le podrás explicar nada de nada». ¿Pero cobró algo a los venezolanos para compartir su sabiduría? «No sólo no me pagaron nada, sino que los invité al aperitivo y luego fuimos todos a comer a mi casa". Eso no lo hace un guía oficial."

Se debería prohibir prohibir este tipo de tonterías en el Parc Güell por el bien del propio ayuntamiento. Francamente la noticia es esperpéntica.