“Estaba enamorado. Y todo parecía indicar que era correspondido. Así que me sentía feliz.

Sin embargo, no acababa de creerme mi propia felicidad. No tenía muy buena opinión de mí mismo y desconfiaba de que alguien me quisiese tal y como era. Sobre todo me disgustaba mi calva.

Un día encontré un anuncio en el periódico. Cierto instituto de dermatología prometía a los calvos una abundante cabellera si se sometían al conveniente tratamiento.

El tratamiento resultó ser costoso, pero eficaz. Qué bien me sentí cuando llegué a la cita con mi amada no siendo ya calvo, sino al contrario. Esperaba que se lanzase en mis brazos. Sin embargo, no pasó nada semejante. Nos sentamos en un banco del parque. Era una noche de mayo, las lilas desprendían su aroma, brillaba la luna llena.

Durante un instante reinó el silencio.

—¿Sabes qué es lo que más me gustaba de ti? Cuando la luna llena se reflejaba en tu calva. Eras entonces tan romántico…

No mucho después nos separamos. Y resultó que para siempre.”


Slawomir Mrozek