PRÓLOGO A 'SOBRE EL SUICIDIO'


Es un absurdo el pretender calificar a un acto que se consuma tan frecuentemente de antinatural; el suicidio no es, de modo alguno, antinatural, pues diariamente somos testigos de él. Lo que es contra la naturaleza no sucede. Por el contrario, está en la naturaleza de nuestra sociedad generar muchos suicidios; tanto que los tártaros jamás se suicidan. Las sociedades no tienen todas los mismos productos; y eso es lo que necesitamos tener en mente para trabajar en pos de la reforma de nuestra sociedad, para hacerla elevar en un escalón superior del género humano. En cuanto al tema del coraje, si se considera que éste existe en aquel que desafía a la muerte a pleno día en un campo de batalla, estando bajo el imperio de todas las excitaciones reunidas, nada prueba que el coraje falte cuando uno se entrega a la muerte misma en medio de las tinieblas. No es con el insulto a los muertos con lo que se enfrenta a una cuestión controversial. Cuando se observa la forma tan liviana con la que las instituciones, bajo cuyo dominio vive Europa, disponen de la sangre y vida de los pueblos, y, así como la forma en que la justicia civilizada se distribuye con un rico material de prisiones, de castigos y de instrumentos de suplicio para la sanción de sus designios inciertos; cuando se ve la cantidad increíble de clases abandonadas por todos lados en la miseria; y los parias sociales que son golpeados con un desprecio brutal y preventivo, tal vez para dispensarnos del esfuerzo de arrancarlos de su fango; cuando observamos todo esto, entonces comprendemos con qué derecho se podría exigir al individuo que preserve en sí mismo una existencia que nuestros hábitos, nuestros prejuicios, nuestras leyes y nuestras costumbres en general, pisotean. Se ha creído que podríamos ser capaces de detener los suicidios por medio de castigos abusivos y por una especie de infamia estigmatizada sobre la memoria del culpable. […] ¿Qué significa, en efecto, una sociedad en la que se encuentra la más profunda soledad en el seno de millones de almas; en la cual puede ser poseído por el deseo indomable de matarse a sí mismo, sin que nadie pueda preverlo? Esta sociedad no es en realidad una sociedad; ella es, como dice Rousseau, un desierto poblado de animales salvajes. 

Cuadro: El suicida (1877-1881), de Édouard Manet Sobre el Suicidio, de Karl Marx. Estudio preliminar, notas, traducción y edición de Nicolas Gonzalez Varela Editorial EL Viejo Topo, Barcelona, 2012, 156 págs. 

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