... Y ahora, supongamos que, por un momento os cuento toda la verdad de lo que sucedió antes, aunque tengo que confesaros que no se exactamente cuando sucedió, ni tampoco en qué circunstancias en concreto ocurrieron exactamente los hechos que a continuación os pasaré a explicar.
Entiendo perfectamente y soy plenamente consciente de que no soy nada explícito, cuestión grave cuando se pretende contar una historia, pero es todo cuando puedo decir inmerso como estoy en una angustiosa situación de trastorno mental, que espero por mi bien, sea transitoria, aspecto que tampoco puedo aclarar dado que ni yo mismo se exactamente en qué punto exacto estoy ubicado dentro del caos mental que me rodea en estos momentos.

Sin embargo, en primer lugar y si se usted decide continuar la lectura de este texto, tendrá un problema fundamental: ¿Cómo sabe que lo estoy contando todo? Ya lo aviso de entrada para que en este sentido no hayan malentendidos, que todo no lo pienso explicar, y es y será así porque por más que uno lo intente nunca lo termina explicando todo, el subconsciente puede más que el consciente y genera una especie de barrera, de aduana mental que frena expresiones, detalles y momentos concretos. Por lo tanto aunque se trate de un acto de voluntad de sincerarse con vosotros, ya que no lo conseguiré nunca del todo. En el fondo dejémoslo pues sólo estaríamos hablando de un buen propósito, de un enunciado de buenas intenciones y de un intento honesto de ser el máximo de explícito posible.
No os sorprenda pues que más adelante, si aún conserváis vuestro interés por esta lectura, caiga a menudo en contradicciones más o menos aparentes, incongruentes incluso, que tampoco os deberían extrañar, menos aún estando como estáis avisados ​​desde el comienzo, pero tanto en un caso como en otro, ambas circunstancias pueden ser verdad o mejor al revés, o quedarse en una verdad a medias, o en una mentira a medias, o que ninguna de las dos lo sea. Dijéramos que tiene el cincuenta por ciento de posibilidades de acertar ello.
No se pues si lo llegará a saber ni tampoco si realmente llegaré a interesarse suficientemente para que tengáis interés en hacerlo, también es cierto, que reconozco no os lo pondré fácil, pero esa es la gracia del juego que os estoy proponiendo, una especie de acertijo de ese juego tan viejo del verdad o mentira, o de la media verdad, o de la media mentira, o quizás en algunos casos de la verdad total o de la mentira total.

Quizás estoy en Praga, o mejor dicho, quiero decir que me gustaría o que quisiera estar en Praga, pero no he estado nunca y estoy convencido de que se notaría demasiado. Quedamos pues que no estoy en Praga, pero tampoco soy en mi casa, el caso y las vivencias que le pasaré a narrar podrían o seguramente tendrían que estar ubicadas en un lugar geográfico concreto, Anoharra.

Pero Anoharra no sería una ciudad como Paris. ¡París! Acabo de nombrar París. De Paris si que os podría hablar, he estado bastantes veces pero como no me fijo en las cosas, me costaría mucho situar calles, plazas o barrios en su contexto de manera que la narración de los hechos pareciera coherente, o fuera coherente. ¡Sí! ya lo sé, podría conectarme a Internet y sacar la información que necesito o simplemente coger un plano de la ciudad para narrar toda la acción, pero no se vale a tirar de la información tomada de la red o de otras novelas para citar estos puntos determinados, como bares o tiendas o cualquier otro punto de referencia puntual. Las ciudades se deben patear y por encima de todo olerlas, es la única manera de conocerlas si te estás el tiempo suficiente, y aún así siempre hay un montón de pequeños detalles que se te pueden escapar, es lo que os decía antes de la diferencia entre turista y viajero, porque cada ciudad tiene su olor particular, es su hecho diferencial más importante, superior a monumentos, calles, plazas, avenidas u otros rasgos característicos. Y aquí sí que me perdería del todo y la narración para el lector que conociera mínimamente la capital de Francia se haría totalmente inverosímil, por no decir decepcionante, o por no decirlo claramente: patética. Dejemos pues que la narración de los hechos se desarrolle en un marco que en estos momentos no se honestamente cuál es, ni Praga, ni París y, en realidad tampoco Anoharra. Porque todas las divagaciones que he ido haciendo hasta ahora tienen una raíz mucho más profunda, una razón de ser angustioso y desconcertante.

De la misma manera que en un momento determinado una persona da vueltas a las palabras o itera en exceso mientras encuentra la respuesta adecuada, eso es exactamente lo que estoy haciendo en este momento. Llevo unas cuantas páginas divagando porque estoy muy preocupado. En este preciso momento, a mano, estoy intentando escribir, dar vueltas a las palabras, entrelazarlas, para intentar encontrar una respuesta que no aparece por ninguna parte y no tengo más remedio que confesaros que: No se quién soy, ni dónde estoy estoy. Esta es la única verdad absoluta que os he explicado hasta ahora, y digo absoluta porque en ese preciso momento, cuando la tinta del bolígrafo que acaba de escribir esta palabra aún no se ha secado, soy consciente de que es la única, de hecho sé desde que he despertado hoy de madrugada, me he dado cuenta en seguida, y, a pesar de todo reconozco que sólo cuando acabo de decir: no se nada de mí, ni como me llamo, ni dónde estoy, ni donde vivo, no se nada. A partir de ahora pues, os agradecería que hiciéramos juntos el camino de intentar recordar mi pasado, de intentar descubrir quién soy realmente y este lugar donde estoy en estos momentos que es la única certeza que tengo.

Son las seis de la mañana y llueve. Esto es todo cuando sé en este preciso momento. Desde que me he despertado esta mañana, o mejor dicho esta madrugada,  - todavía es noche -, no logro recordar nada más, ni quién soy ni dónde estoy, ni que carajo hago en esta habitación donde estoy voluntaria o involuntariamente recluido. Incluso cuanto me rodea, empezando por mí mismo me es totalmente desconocido. Estoy despierto, esta es una de las pocas certezas que tengo. Me he cerciorado pellizcándose hasta el punto de hacerme daño, para convencerme de que no era una pesadilla, producto de una mala noche, pero es todo cuando sé hasta ahora, que estoy despierto, y que no hay manera de ser capaz de recordar nada más.
Es una situación extraña pero real, que espero tenga alguna explicación razonable de un momento a otro. Sí lo es en cambio - de real - cuando veo, dado que soy capaz de identificar cuando contemplo a mi entorno. Estoy instalado en una habitación funcional, aséptica. Hay una cama de matrimonio, dos mesitas de noche un televisor sobre una mesita y al lado el cuarto de baño.

El suelo es de moqueta gris claro y los cuadros - litografías de Van Gogh - tan asépticas como el resto del habitáculo. Triste destino - me digo - el de Vincent Van Gogh, toda una vida sin vender ni un cuadro y años después de la muerte, su obra ha terminado en los grandes museos, en manos de coleccionistas adinerados, o en forma de litografía colgada en cualquier lugar y con un cristal delante para que sea más práctico el hecho de quitar el polvo. Me temo que ninguno de los conceptos mencionados los llegaría a entender del todo.

Es curioso, no recuerdo ni quién soy ni dónde estoy, pero en cambio se perfectamente quién es, mejor dicho, quién era este pintor impresionista. La verdad es que a cada segundo que pasa estoy más confundido y no entiendo nada de nada. Todas estas constataciones que he ido averiguando del entorno del que estoy rodeado, o quizás sería mejor dicho en el entorno en que estoy depositado, me han llevado a la consecuencia lógica de deducir sin ningún exceso de imaginación que estoy instalado en la habitación de un hotel. Podría ser un hospital de lujo, pero es la habitación de un hotel de tres o cuatro estrellas. Seguramente de cuatro.

Miro por la ventana. Todo lo que puedo visualizar es una calle estrecha y antigua, rancia. Al estar situado en el centro de la misma, no observo ninguna placa con su nombre que me permita identificarlo. Es una calle cualquiera, que puede pertenecer a cualquier ciudad de cualquier país europeo. Bueno, al menos se que estoy en una ciudad o una población mediana o grande o eso creo, dado que en las poblaciones pequeñas no suelen haber hoteles, o normalmente están ubicados en la entrada a pie de carretera, con un bar de camareras junto para satisfacer las apetencias de los viajeros más necesitados de placeres carnales. De todas formas no importa demasiado este aspecto, lo cierto es que aquí empieza y acaba el punto de conocimiento que hasta este momento tengo a mi entorno. Voy al cuarto de baño, la cara y parte del cuerpo que se reflejan en el espejo me son totalmente ajenas, no tengo más remedio que reconocer sin ambages que soy un perfecto desconocido para mí mismo. Pero estoy seguro que soy alguien con nombre, apellidos y un pasado que en este momento por más que lo intento no consigo recordar.

No hay tampoco nada que podríamos considerar de uso habitual en un huésped de hotel normal. Ni siquiera cosas tan elementales como peine, cepillo del pelo, colonia, etc. Nada de nada. No se tampoco si la noche anterior bebí más de la cuenta, o alguna droga me ha dejado en este estado de amnesia que espero sea temporal. Recuerdo haber leído en algún periódico que según qué tipo de prostitutas tras haber ofrecido sus servicios, drogan a los clientes mientras duermen y aprovechan para robarles. Pero como no recuerdo nada de mí mismo, a pesar de eso consigo sin esfuerzo recordar cosas banales o puramente cotidianas, tampoco se si ha sido esta la cuestión, aparte que no entiendo que en caso de haber sido esto lo que me ha pasado, porque es tenía que tomar la molestia o la inutilidad de llevarse cosas tan simples como un cepillo de dientes con su pasta incluida o el peine.

Abandono la versión de la prostituta, no tiene pies ni cabeza, en cambio si me preocupa que sea capaz de recordar muchas cosas que aparentemente son intrascendentes y, en cambio lo que es más importante y fundamental como mi identidad, de donde soy, donde vivo o de que trabajo, sea incapaz de hacerlo. He revuelto las dos mesitas de noche. Están absolutamente vacías. En el armario, salvo unos cuantos colgadores y un par de mantas, no hay nada más, ni una bolsa, ni una maleta, nada de nada. De hecho es lo que normalmente suele haber en el armario de un hotel.

En el cuarto de baño he encontrado lo que deduzco es mi ropa. Unos pantalones marrones de pana, una camisa tejana y un jersey color crudo. Los zapatos estaban debajo de la cama. Pese revolverlo todo a conciencia, no hay ningúna cartera, documento o papel que pueda darme alguna pista sobre mi identidad. Sólo un monedero lleno de calderilla y dentro un billete doblado de cincuenta euros. Recuerdo por lo tanto cosas concretas de mi entorno cotidiano, pero no de lo fundamental. ¡Sí! ya sé que es posible que la documentación la haya perdido o esté en la recepción del Hotel, pero no puedo ir al señor de recepción y decirle: Perdóneme, no soy capaz de recordar quién soy, ni dónde estoy : Me lo podría decir usted?

Se reiría de mí o al menos me miraría extrañado, aunque dudo que haya algo que pueda sorprender a un recepcionista de hotel, acostumbrado cada día a ver de todo y a las horas más extrañas. Pienso que para evitarme un ridículo inútil y una situación engañosa es mejor no preguntarle nada. Como mucho en dejar la llave, es posible que me devuelva la documentación que haya podido depositar en el momento de inscribirme.

Si es así, al menos una parte de esta pesadilla habrá terminado, pero es evidente que tengo que tomar alguna decisión. Quizás esperar a que se levante el día y salir a la calle para identificar la ciudad que me acoge, o mientras tanto, también es posible que recupere la memòria. O quizás todo ello pese ahora crea que no, no sea nada mas que una pesadilla de la que despertaré aliviado en cualquier momento y no sea nada más que un sueño dentro de otro sueño. No sería la primera vez que me pasa, pero no lo se, es demasiado real todo. ¡No! no estoy soñandpo, todo cuando me sucediendo es totalmente real y la verdad es que empiezo a estar francamente preocupado.
Tengo que hacer algo para salir de este callejón sin salida en que me encuentro inmerso y es evidente que si me quedo encerrado en la habitación no solucionaré mi problema. Si tengo la posibilidad de encontrar alguna respuesta, la que no está en mi cabeza la tengo de buscar fuera, encerrado aquí no resolveré nada y acabaré enloqueciendo.
Bajo a recepción, no hay nadie, escucho música de Bach al fondo a la derecha, allí me dirijo, es una sala grande, enorme, el suelo es de mármol, con losas blancas y negras como si se tratara de un enorme juego de ajedrez. La sala está prácticamente vacía, sólo al fondo una mujer mayor está tocando el piano, me acerco y me doy cuenta que está totalmente desnuda. Deja de tocar en verme.

- ¡Hola! Me dice. ¿Hace mucho que ha llegado?

- No sé, acabo de despertar y la verdad es que no sé ni quién soy ni dónde estoy. 

- ¿Me lo puede decir usted?.

La anciana sonríe.

Está en ninguna parte, ahora tiene que esperar para ir hacia otro lugar, ya le avisarán, hace más o menos dos días que estoy aquí y es la segunda persona que me encuentro ... la que llegó antes que yo, ya se fue

¡Y entonces lo comprendo todo!