EL CURIOSO CASO DE BENJAMÍN FRANCO


Esta semana, mi amigo Javier Gella (que es un genio totalmente desaprovechado por periódicos, semanarios y revistas humorísticas) escribía en las redes sociales que cualquier día iban a abrir la tumba de Franco y se iban a encontrar dentro los límites del humor. El chiste ha resultado asombrosamente profético gracias a que la Fundación Francisco Franco ha amenazado con querellarse contra el Gran Wyoming por montar una parodia con un muñeco sobre la posible exhumación del cadáver del Generalísimo. Teniendo en cuenta que a Javier Krahe, que en paz descanse, lo llevaron a juicio por cocinar un Cristo al horno que no habría pasado un simple control de calidad de Chicote, y que Willy Toledo anda en busca y captura por no presentarse en los juzgados después de cagarse en Dios, la querella, francamente hablando, tiene muchas posibilidades de salir adelante.

Cristo, Dios y Franco ocupan la primera plana del calendario judicial hispánico mientras el caso contra el doctor Eduardo Vela, que ejemplifica la desidia administrativa contra uno de los mayores crímenes pendientes de este país -el de los niños robados- ha pasado por la actualidad de puntillas, en cuentagotas informativas después de tantos años de dilaciones, y está a la espera de una sentencia que difícilmente va a arreglar nada. Spain is different, el célebre eslogan turístico ideado por Manuel Fraga, va mucho más allá de los toros, la paella y Alfredo Landa en cuanto uno cae en la cuenta de que aquí la blasfemia, la falta de respeto y el humor negro son motivos legítimos de demanda mientras que siguen pendientes la localización exacta de miles de españoles asesinados y el secuestro de millares de bebés por parte de una infame mafia eclesiástica. No es de extrañar que los extranjeros vengan por docenas a practicar balconing en la creencia de que en España la ley de la gravedad no rige igual que no rige la lógica.

El último cadáver célebre desenterrado por orden de un juez fue el de Salvador Dalí para extraer muestras de ADN y verificar una demanda de paternidad. Se rumoreó entonces, y quizá no en vano, que al ultrajar los restos del pintor los catalanes podían haber desatado una maldición similar a la de la tumba de Tutankamón, una espiral de sucesos surrealistas que habría desembocado en el esperpento del procés y sus aledaños. Sin embargo, la maldición daliniana bien podía haberse extendido al Valle de los Caídos, un lugar tan inverosímil que parece brotado de un lienzo del genio de Figueras. Tenía mucha razón Franco cuando decía que los pintores abstractos no le importaban un bledo y por eso autorizó exposiciones, muestras y museos: al que verdaderamente temía era a Dalí, que podía liarla parda a poco que se lo propusiera, incluso después de muerto.

En su comunicado contra Wyoming, la Fundación Francisco Franco no deja de hacer uso de un involuntario humor negro, especialmente cuando citan a Aristóteles y hablan de esa “peligrosa casta que desprecia y ejecuta moralmente a los muertos que ya no pueden responder”. “Ejecutar” es un verbo que da mucho repelús en manos de una gente que se declara heredera espiritual de otra gente que dedicó sus mejores esfuerzos a apiolar españoles como conejos. ¿Qué chiste negro habrá más negro y más desgraciado que una fundación cultural consagrada a la memoria de un genocida? Franco, el Benjamin Button del fascismo europeo, es la única momia que sigue rejuveneciendo cuanto más tiempo pasa. Mientras tanto, permanecemos a la espera de sendas querellas contra el cadáver de Vizcaíno Casas, por resucitar al general en una novela, y contra el anónimo poeta que alteró para siempre la letra del himno nacional.

OPINION · PUNTO DE FISIÓN
El curioso caso de Benjamin Franco
David Torres

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