Cada vez tenemos más la sensación de que en política cualquier cosa puede suceder, de que lo improbable y lo previsible ya no lo son tanto. Este tipo de sorpresas no serían tan dolorosas si no fuera porque ponen de manifiesto que no tenemos ningún control sobre el mundo, ni en términos de anticipación teórica ni en lo que se refiere a su configuración práctica.
Desde el Brexit hasta Donald Trump, 2016 fue un mal año para las previsiones. La mayoría de los expertos apostaban a que la mayor parte de los Británicos votaría por la permanencia, que un candidato como Trump no sobreviviría a las primarias, que el populismo y la extrema derecha habían alcanzado su techo. El resultado es bien conocido: se impuso el Brexit, ganó Trump, Matteo Renzi perdió un importante referéndum constitucional (diseñado, como todos, para ganar), los austríacos estuvieron a punto de elegir a un presidente de extrema derecha, cuya versión alemana alcanzaba el 14% en las elecciones regionales (y al año siguiente entraría por primera vez en el Bundestag). Hay otros ejemplos de democracias cada vez más frágiles, incluso dentro de la Unión Europea, como Hungría y Polonia, al tiempo que aumenta la relevancia geopolítica de la Rusia de Vladímir Putin.
Estamos en una época cuya relación con el mañana alterna brutalmente entre lo previsible y lo imprevisible, donde se suceden las continuidades más insoportables (de la injusticia, el estancamiento económico y la irreformabilidad de las instituciones) con los accidentes (como resultados electorales que nadie había previsto o la escalada de ciertos conflictos).
Hace no muchos años el debate era si los cambios se producían en nuestras sociedades mediante la revolución o la reforma. Actualmente, el cambio no se
produce ni por lo uno ni por lo otro, ése ya no es el debate, sino por un encadenamiento catastrófico de factores en principio desconectados. Lo que convierte a la política en algo tan inquietante es el hecho de que sea imprevisible cuál será la próxima sorpresa que la ciudadanía está preparando a sus políticos. Nadie sabe con seguridad cómo funciona esa relación entre ciudadanos y políticos que se ha convertido en una auténtica «caja negra» de la democracia. Reina en todas partes una medida excesiva de azar y arbitrariedad.
¿Cómo hacer previsiones cuando no estamos en entornos de normalidad y nada se repite? La repetición de los procesos es uno de los procedimientos más importantes para determinar la fiabilidad de los conocimientos y las observaciones sobre la realidad. Ahora bien, la mayoría de los procesos democráticos del pasado reciente habrían dado un resultado completamente distinto si se hubieran podido repetir.
Daniel Innerarity (pdf)
Política para perplejos
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