Es sabido que los turistas son antropólogos aficionados. También es sabido que los principales informantes de los turistas son los choferes de taxi. Pues bien, un turista que venía de Buenos Aires me decía recientemente: "Es notable la popularidad del psicoanálisis en la Argentina. Cualquier taxista porteño le ofrece a uno diagnósticos psicoanalíticos de cualquier cosa que pase, sea en la calle o en el gobierno". ¿A qué se debe la popularidad del psicoanálisis entre los taxistas porteños, al tiempo que está totalmente desacreditado en el mundo científico, al punto de que ni siquiera se enseña en las buenas universidades? Me atrevo a proponer una hipótesis a ser investigada por antropólogos y psicólogos sociales. Mi hipótesis es que un alto porcentaje de los taxistas son ex estudiantes o incluso diplomados universitarios. Fue en la universidad donde oyeron el Evangelio según San Segismundo. En particular, es allí donde aprendieron que todo lo que le pasa a uno o a la sociedad puede explicarse en base a un solo principio: todos sufrimos del complejo de Edipo. ¡Qué simple resulta todo! La historia, tal como la cuentan Freud y sus fieles, es tan sencilla que cualquier adolescente puede entenderla. Para los cristianos somos hijos del pecado, y vivir es ir pagando en cuotas por el pecado original. También los psicoanalistas nos condenan a cadena perpetua, pero por el motivo opuesto: estamos torcidos porque se nos impide pecar, porque somos víctimas del tabú del incesto. Si no fuera necesario reprimir nuestra natural inclinación al incesto, no estaríamos acomplejados y seríamos felices. Pero, como el tabú nos reprime, somos desgraciados y tenemos que hacernos psicoanalizar para poder descargarnos, sobre todo de dinero. Más precisamente, según los psicoanalistas de todas las escuelas, el proceso que culmina inevitablemente en drama personal o colectivo es el siguiente: (1) El impulso sexual es innato y se manifiesta en la más tierna infancia. (2) Por ser los más próximos, los parientes y hermanos son los primeros objetos del deseo sexual del infante. (3) El tabú del incesto es una convención social. (4) Los deseos sexuales incestuosos son reprimidos y almacenados en el inconsciente. (5) La represión se manifiesta como odio al padre (complejo de Edipo) o a la madre (complejo de Electra). (6) Cuanto más intenso es el odio al progenitor, tanto más fuertemente es reprimido. ¿Pepe dice querer a su padre? ¡Edipo! ¿Paco le teme a su padre? Teme (secretamente) que su padre lo castre por haberse enamorado (secretamente) de su madre. ¡Edipo! ¿Juancho acabó en matón? Se está vengando de su padre. ¡Edipo! ¿Los obreros declararon la huelga? Se vengan del patrón, figura paterna. ¡Edipo! ¿El país le hace la guerra a su vecino? Sus habitantes desatan el odio que vienen reprimiendo desde su más tierna infancia. ¡Edipo! ¿El país vive en paz con sus vecinos? Sus habitantes temen ser castrados. ¡Edipo una vez más! ¡Qué maravilla este principio que todo lo explica! Basta de bromas. Veamos qué pruebas hay de las cinco primeras hipótesis. (La sexta es no es comprobable y, por lo tanto, no es científica. En efecto, el cuento de la represión protege al cuento de Edipo.) La hipótesis (1) de la sexualidad infantil es falsa. En efecto, el centro del placer sexual es el hipotálamo, órgano del cerebro que está subdesarrollado durante la infancia. Por lo tanto, también es falsa la hipótesis (2) de la atracción sexual por el progenitor del sexo complementario. Pero la hipótesis (3), de que evitamos el incesto por ser prohibido, es independiente de las dos hipótesis anteriores, de modo que debiera de ser investigada independientemente. Si la investigación (que ningún psicoanalista ha hecho) mostrara que el incesto se evita naturalmente, las hipótesis (4) y (5) quedarían huérfanas, y todo el edificio psicoanalítico se derrumbaría. Veamos qué dice la ciencia. En 1891 Edward Westermarck, un antropólogo, sociólogo y filósofo finlandés contemporáneo de Freud, investigó el problema de si el tabú del incesto es natural o artificial. Sobre la base de los pocos datos a su disposición, concluyó que normalmente la gente no siente deseo sexual por las personas con quienes ha tenido un contacto íntimo y prolongado desde la infancia. Freud conoció esta hipótesis pero la rechazó sin más porque amenazaba sus fantasías.
Un siglo después la hipótesis de Westermarck fue ampliamente reivindicada por el antropólogo Arthur P. Wolf, de la gran Universidad de Stanford, quien le dedicó casi toda su vida académica. El fruto de esta investigación es el grueso tomo Sexual Attraction and Childhood Association (1995). Wolf hizo una exhaustiva investigación de campo y de archivos en el norte de Taiwán, donde hasta hace poco había dos tipos de matrimonio de menores, que él llama mayor y menor. En el matrimonio mayor, la chica se muda a la casa de sus suegros el día de la boda. En el matrimonio menor, la chica es criada por sus futuros suegros casi desde el momento de nacer. En el primer caso, los futuros esposos sólo se conocen a partir de su casamiento efectivo; en el segundo, los chicos se crían como hermanos. Wolf estudió durante un cuarto de siglo la historia de 14.402 matrimonios de ambos tipos, haciendo investigación de campo y usando archivos que cubren el período 1905-1945 de la ocupación japonesa. ¿Cuál de los dos matrimonios tuvo más éxito, medido en duración, número de hijos y fidelidad conyugal? El segundo, o menor. Wolf resume así su principal conclusión: "Lejos de concebir una atracción sexual por miembros de la misma familia, los niños desarrollan una fuerte aversión sexual como resultado de la asociación inevitable. Por tanto, concluyo que la primera premisa de la teoría edípica [la naturalidad del deseo incestuoso] es errada, y que todas las conclusiones a las que lleva la presunta existencia de un complejo de Edipo son igualmente erradas". ¡Adiós, Edipo! Puesto que sin Edipo no cabe la terapia psicoanalítica, este negocio se acabó de jure, aunque no de facto. También se acabaron las. "explicaciones" simplistas y de confección de todo lo bueno y todo lo malo que nos pasa en las esferas privada y pública. Para entender algo de todo esto habrá que dejar de macanear y ponerse a investigar. - MARIO BUNGE
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