Una voz porteña me pregunta a la distancia de 10.000 kilómetros: —¿Me escucha, doctor? —Sí. No sólo lo escucho, sino que también lo oigo. Advierto el desconcierto de mi interlocutor, transo y lo tranquilizo: —Sí, hombre, lo escucho. No me resigno a creer que los argentinos de hoy sean atentos escuchas pero no oigan. En efecto, el verbo "oír" ha desaparecido del vocabulario argentino. Tal vez esto explique mucho de lo que ocurre y, sobre todo, mucho de lo que no ocurre pese a que debiera de ocurrir. La diferencia semántica entre los dos verbos en cuestión es tan obvia como la diferencia entre los pares homólogos "ver-mirar" y "oler-olfatear". Es la diferencia entre paciente y agente, entre recibir información y buscarla. Quien escucha se propone oír, aunque no lo logre. Quien mira espera ver, aunque no lo consiga. Quien olfatea desea oler, aunque no lo alcance. Además, ocurre a veces que se oye sin haber escuchado, se ve sin haber mirado y se huele sin haber olfateado.
Estas diferencias psicológicas y conceptuales tienen raíces neurofisiológicas. Es decir, la percepción activa y la pasiva ocurren en lugares diferentes del cerebro. En efecto, el laboratorio del profesor John Gabrieli, de la Universidad de Stanford, localizó recientemente la pareja oler-olfatear mediante el método de visualización por resonancia magnética funcional (MRI imaging). Resulta que se huele mediante una porción del lóbulo frontal, mientras que se olfatea mediante este mismo órgano en conjunción con una porción del lóbulo temporal.
La disociación anatómica entre las funciones pasiva y activa hace que una lesión cerebral pueda afectar a una de ellas y no a la otra. También puede ocurrir, paradójicamente, que quien no pueda lo más no pueda lo menos. Por ejemplo, el mencionado profesor Gabrieli y sus colaboradores sospechan que el déficit olfativo de los enfermos de Parkinson puede deberse a que son anatómicamente incapaces de olfatear. El motivo es que el acto de olfatear induce oscilaciones en el lóbulo olfatorio, las que predisponen a oler. Esto falsea una vez más la hipótesis tradicional de que la percepción es pasiva. Digo que una vez más porque ya se sabía que el ojo inmóvil no ve, como se comprueba inmovilizándolo experimentalmente. En conclusión, si queremos oír pongamos atención, o sea, escuchemos. ¿Me escucha, lector(a)? - MARIO BUNGE.
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