En estos tiempos del coronavirus, leer a Conrad es harto ilustrativo , amén de placentero, como ha de ser. Pero más allá de sus novelas, conviene reflexionar también sobre las circunstancias de su extraordinaria vida. Porque tanto el hombre como sus ficciones contienen muchas valiosas lecciones, puesto que ahora somos nosotros quienes nos encontramos ante un aluvión de dilemas morales que no sabemos resolver, igualitos que los mandatarios y expertos tan dados a escabullirse de los grandes dilemas morales mediante interminables discursos huecos o maléficos tuits.
Pregunta: ¿Cuándo se sabe que un político está mintiendo? Respuesta: Cuando mueve los labios. Es un viejo chiste inglés, pero para desgracia nuestra, ya no se trata de un chiste sino de una realidad al que nos hemos ido acostumbrando. Con todo, mucho antes de la presente pandemia, la política ya se había convertido en un combate verbal entre embusteros a sueldo sin escrúpulos. Lo único que vale es el guion, el hacerse con el control del relato, que sólo se consigue y se mantiene mediante mentiras, bulos e insultos. A nadie le importa un pimiento la verdad, ni que sea empírica. Para llegar hasta aquí ha sido necesario ir vaciando el lenguaje de sentido, tal como lo percibió en su día Orwell, precisamente por estos pagos.
Abundan los estudios y encuestas que demuestran que la credibilidad de los políticos está por los suelos, como la de los periodistas. Cuando uno se convierte en mentiroso compulsivo, ya no hay marcha atrás, máxime en las redes sociales. Lo de que una imagen vale más que mil palabras, ha pasado a ser: un bulo vale más que mil verdades