¡MISIÓN CUMPLIDA!



En estos tiempos del coronavirus que se van alargando, leer a Orwell es muy ilustrativo. Orwell temía que acabasen prohibiendo los libros, como lo pronosticaba también Bradbury. Huxley en cambio intuía que no habría motivos para prohibir los libros, simplemente porque no habría casi nadie que los quisiera leer.
Tenía razón Orwell cuando decía que la verdad nos sería escondida como el trabajo que su protagonista desarrollaba en la novela (el ministerio de la verdad), pero Huxley que ya daba por hecho esto, entendía que la verdad realmente se ahogaría en una avalancha de información imposible de digerir para los ciudadanos.
Orwell temía que nos destruyera todo lo que odiábamos y en cambio Huxley creía que lo que nos destruiría era precisamente lo que queríamos. Huxley previó también la clonación, los grandes parques temáticos, los geriátricos y la estupidización y banalización de toda una sociedad que Orwell se negaba a admitir y pretendía salvar dando la culpa al enemigo exterior. Y es precisamente todo lo que amamos lo que nos acabará destruyendo, sin necesidad de ningún enemigo exterior. Nosotros somos nuestro propio y más terrible enemigo.

Pregunta: Cuando se sabe que un político está mintiendo? Respuesta: Cuando mueve los labios. Es un viejo chiste inglés, pero por desgracia nuestra, ya no se trata de un chiste sino de una realidad a la que nos hemos ido acostumbrando. Con todo, mucho antes de la presente pandemia, la política ya se había convertido en un combate verbal entre mentirosos a sueldo sin escrúpulos. Lo único que vale es el guion, el hacerse con el control del relato, que sólo se consigue y se mantiene mediante mentiras, rumores e insultos. A nadie le importa un bledo la verdad, aunque sea empírica. Para llegar hasta aquí ha sido necesario ir vaciando el lenguaje de sentido, tal como lo percibió en su día Orwell, precisamente por estas tierras catalanas.

Abundan los estudios y encuestas que demuestran que la credibilidad de los políticos está por los suelos, como la de los periodistas. Cuando uno se convierte en mentiroso compulsivo, ya no hay marcha atrás, sobre todo en las redes sociales. Lo que una imagen vale más que mil palabras, ha pasado a ser: una noticia falsa vale más que mil verdades. ¡Misión cumplida!

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