Confieso que pertenezco a la generación salvaje de la postguerra del siglo pasado. Para mí, como la mayoría de los niños en mi época era habitual ver a la abuela como le atizaba un garrotazo en el cogote a un conejo para matarlo primero y cocinarlo después. o como le rompían el cuello a las gallinas, o haber sufrido el embate de las ocas enfurecidas, que son más peligrosas que un perro de presa.
A los nueve o diez años en L'Estany donde iba a pasar el verano, en Can Toneu, delante mismo del monasterio, en el centro de la plazoleta que había frente a la tienda, hacían la matanza del cerdo, primero le degollaban entre chillidos agudos hasta que se moría y después lo quemaban con un soplete para dejarlo sin pelo y lo abrían por la mitad para despiezarlo, y uno como el resto de niños en primera fila viéndolo con toda naturalidad.
En esta edad también en L'Estany, mientras íbamos a una colina que había tras la era de mi tío, cogíamos "didortes" que es una especie de caña con esporas que fumábamos o sacábamos humo de ellas, a pesar de que picaba en la lengua de narices, y uno de los deportes favoritos eran las peleas con la honda o el tirachinas a "pedrada limpia" cada vez que había algún partido de fúbtol o cualquier otra pelea y acababa como ahora, o sea como el rosario de la aurora pero peor. Mi merienda favorita era el pan con vino y azúcar y el domingo de postre un poco de licor: flors del Remei o Aromas de Montserrat, porque era un digestivo - decían -. Ya de adolescente me levantaba a las seis de la mañana, e invierno o verano, y con una bicicleta con remolque detrás y sin casco, iba al mercado a buscar la fruta y verduras que mi padre había encargado antes para la tienda de comestibles que tenían en la calle de Vilarrubías, y al volver iba a la trastienda de Cal Siso Carreras el panadero, a desayunar mientras leía novelas del Oeste de Fidel Prado, Silver Kane o Marcial Lafuente Estefania, y ¡Hala! hacia la escuela a recibir palmetadas en la mano del maestro de turno, que en mi caso era inválido y fumaba en clase con pipa.
Como era muy poco de comer me tenía que tomar antes de cada comida una cucharada de aceite de hígado de bacalao que era nauseabundo, no tanto como el invento posterior de mi madre, por la mañana y en ayunas, (según ella hacía coger apetito), Una yema de huevo batida en un vaso de cerveza natural. Ya al empezar a trabajar, me llevaba el desayuno envuelto con una página de la Vanguardia y cogía el autobús del Martí, normalmente colgado literalmente del exterior de la puerta trasera del vehículo, aguantando sólo de una mano de la barra que había (con una mano hacía más fachenda), tanto cuando iba a la escuela como en empezar a trabajar, por cierto que trabajar o ir a la escuela, tocaba hacerlo también el sábado (no existía aún el fin de semana) y me desvirgué yendo de putas como procedía en la época y a la edad más o menos adecuada. Hice la "mili" donde me fumé algún que otro porro y cogí unas cuantas melopeas, y conocí muy bien la Plaza Gomila de Palma de Mallorca y sus discotecas.
Por todo esto y tal como se lleva a día de hoy los niños, podría afirmar que conocí el lado salvaje de la vida, y sin embargo he sobrevivido hasta el día de hoy. En las circunstancias actuales, por mucho menos, a mis padres les habrían retirado mi tutela y habría pasado parte de mi infancia y juventud en alguna dependencia de la Muy Honorable Generalitat de Catalunya (si hubiera existido en aquella época). No fue así y entre otras cosas sirvieron todas estas páginas vividas de mi infancia y juventud, para no convertirme en un chico infeliz, miedoso y sobreprotegido.
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Tiempos salvajes a quellos. Nosotros teníamos el poste de los tormentos, un árbol cualquiera, donde crucificábamos a las lagartijas que habíamos cazado y les dábamos de fumar alguna colilla de las que había por el suelo. Éramos unos angelitos adaptados a un medio tremendo.
ResponderEliminarUn saludo.
Un poco brutos si éramos,y luego decimos de los adolescentes de ahora.
EliminarSalut.