Me explicaba mi padre, que Lerroux se iba a comer a un restaurante caro y después se hacía preparar un bocadillo, cogía el tren y al llegar al mitin de turno, lo enseñaba a los trabajadores diciéndoles: Veis, yo como un bocadillo, como vosotros. Lerroux era un populista, uno de los de antes, y podría decirse que triunfaba ante la ignorancia del pueblo, pero no era sólo por eso, era por qué decía al pueblo exactamente lo que este quería escuchar.
El populismo es el recurso fácil y recurrente de quienes carecen de argumentos sólidos para defender sus posturas políticas, lo preocupante es que funciona y también que en la actualidad el populismo lo practican todas las facciones políticas sin excepción. Hay en todas las posiciones políticas que se comportan bajo la lógica de ver al otro un enemigo al que destruir. El independentismo ha respaldado esta lógica. En 2017 había gente que imaginaba y consideraba necesaria una buena cosecha de mártires de verdad, si servían para decantar la balanza a favor de la independencia. Siguen existiendo. Unos lo creen de verdad, otros de tapadillo. Andan ahora escondidos pero de vez en cuando levantan la mano y la voz para seguir envenenando el ambiente y los discursos. La base de la desvergüenza es la misma para quien define a las escuelas de Catalunya como un sistema nazi o de apartheid como para el independentista que se equipara a Rosa Parks o un indio intentando ganar la independencia frente al imperio británico. Y en medio de ese desbarajuste, si no eres de ninguno de los dos bandos te sientes desamparado, más solo que estar solo que diría Neruda. Y entre tanto indigente moral y político, aflora el fantasma de la lengua catalana de nuevo, como un enésimo día de la marmota. Pediría a los señores políticos que se pongan a trabajar los que sean capaces y tengan voluntad para hacerlo; que escuchen a Bargalló. Que entiendan que los discursos y actitudes de los años ochenta no sirven ya, que ya no son posibles consensos porque el país ya no es el mismo. Que sean útiles para dejar claro que sólo quedan fuera los que ven las palabras y la lengua como armas más que como ideas. Porque es allí donde sigue el pueblo, aguantando estoicamente de pie todavía, hablen como hablan la mayoría de los ciudadanos. Hagan política y no politiquería y dejen ya unos y otros de avergonzarnos con su mezquino comportamiento, no nos alejen más de la política, de su política. Más sensatez y menos arrebato. Y sobre todo, recuerden que la diferencia entre un ciudadano catalán corriente y un ciudadano español corriente, es que no hay ninguna diferencia.
Exactamente. Todos estamos en el mismo saco.
ResponderEliminarUn saludo.
y por ahí vamos, a tomar por el saco.
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