Hoy los ciudadanos de Castilla y León son convocados a las urnas y el nombre de Demetrio Madrid ha sido recordado por algunos oradores socialistas en sus mítines, incluido el expresidente Zapatero, que proclamó que el mayor honor era tenerlo en primera fila, porque encarnaba como pocos la honradez y la honestidad. La política de este país no va sobrada de integridad, que no es otra cosa que actuar de acuerdo con los principios morales de cada uno. Shakespeare lo explicó así a través de uno de sus personajes: “Si pierdo mi honor, me pierdo a mí mismo”.
La única cosa que Demetrio Madrid nunca ha digerido bien es la mala jugada que Aznar le hizo, cuando decidió dejar el cargo. Él había convocado a su gobierno y a la ejecutiva de su partido para explicarles que al día siguiente iba a anunciar en rueda de prensa que renunciaba a seguir presidiendo la comunidad. Y le pareció que era una cortesía decírselo también al jefe de la oposición. Aznar no esperó a que los hechos se sucedieran y, en cuanto le llamó, le faltó tiempo para pedir públicamente su cabeza. Madrid llama a este gesto “la maldad” y es algo que nunca ha digerido. El problema es que él siempre creyó en la honestidad de la política, para lo que a estas alturas se necesita una sobredosis de fe.
Un ataque de dignidad - Màrius Carol - lavanguardia
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