Brad Pitt ha vuelto a explicar que, desde hace unos años, sufre de prosopagnosia. Es decir, una especie de ceguera facial que impide reconocer los rostros. Y como no les reconoce, no les saluda ni les habla. Se trata de un diagnóstico que afecta a la capacidad para identificar qué persona tienes delante, incluidos amigos o familiares. Lamenta, el actor, que esa enfermedad sea la culpable de que mucha gente que se cruza con el actor, al no ser saludada, piense que es un tipo altivo y antipático. En el caso de alguien tan mediático como él podría ser un apaño inventado para evitar multitudes, demandas de selfies y encuentros indeseados, pero habrá que dar verosimilitud a su relato.

Como refugiados sin nombre, daño colateral del fenómeno del que hablan tanto los expertos sociólogos: “el emigrante sin cara”. La deshumanización, el hecho de que las noticias terribles le resbalen al ciudadano, convertir a seres en números desprovistos de biografía, sin singularizar su historia, hace que aumenten el miedo y los prejuicios. Antes cuando éramos más humanos, mucha gente guardaba en casa una pegatina a favor de la libertad de expresión. Se me antoja que llevar esa pegatina es lo único que nos puede salvar ahora de los verdaderos rostros abandonados. La lucha por la libertad de expresión, tan mermada y usada, tan menospreciada, de la que parece que algunos ya se han olvidado, como Brad Pitt, no pueden reconocer los rostros de los necesitados...