El Yamaha C3 negro del Hospital Clínic es un piano de cola muy especial, el primero que instaló la asociación, en diciembre del 2021. Lo han tocado verdaderos virtuosos como Mauricio, de 10 años, que visitaba a un familiar hospitalizado y dejaba boquiabierto todo el mundo. "O como una señora francesa que está perdiendo la vista, pero no la sensibilidad de los dedos", recuerda Liuvana. Nadie, sin embargo, le ha impresionado tanto como Drago.
Dragomir Atanazov Donchev, su nombre completo, vive en las calles de Barcelona desde 2012. Tiene 50 años, aunque “con este aspecto aparente 80”. Tiene las uñas larguísimas y una gran melena de cabello enmarañado, que no se ha peinado en años. La dentadura está en muy mal estado. Su ropa, sucia y agujereada. Su aspecto corresponde al de muchas de las 1.231 personas que duermen al raso en la ciudad, según Arrels Fundació.
Drago, que nació en Bulgaria en 1972, pasó una tarde frente al Clínic y le preguntó a Liuvana si podía entrar a tocar el piano. "Está aquí para eso", respondió ella. La vigilante no sabe cuándo empezaron los recitales, pero el primer vídeo que lo grabó es del 27 de marzo. "Aquí soy otra persona y me olvido de todo", explica él. Cuando supo que La Vanguardia le quería conocer y contar su historia, dijo: “¡Pero si yo soy un don nadie!”.
¿Un don nadie? ¡Un genio autodidacta! Ha aprendido a tocar el piano por su cuenta y memoriza compases en la cabeza o derrite varias canciones conocidas en una única pieza. “Soy un cazador de música”, bromea. Ha tocado el piano de la fundación Maria Casals en la estación de metro de Urquinaona. Y no sólo el del Clínic. También el del hospital de Sant Pau, un modelo Kawai, “que está afinado como el mejor reloj suizo”.
Le han pasado muchas cosas bonitas. Liuvana pidió al ropero del hospital que le diera piezas nuevas y se preocupa siempre de que tenga máscaras. Un vigilante de seguridad del Sant Pau le llevó una vez un café. Ha logrado arrancar una sonrisa a personas que han pasado todo el día junto a sus parientes enfermos en la uci. Muchos le graban, incluido el director médico del hospital Clínic, el doctor Josep Maria Campistol.
"Me hace llorar con las notas", dice Silvia, que cada noche sale muy triste del hospital, donde su padre está ingresado y entra y sale desde junio. La noche del miércoles, una señora intentó acercarse al piano a darle unas monedas, pero él se negó. No quería que nada le distrajera y, sobre todo, no va a pedir. Dará. Sabe que su imagen es desastrada, pero asegura que es su “disfraz” porque “así nadie me molesta por la calle”.
Fue también su pasaporte durante el confinamiento por la pandemia de la cóvid. “La policía paraba a la gente que veía por las aceras durante la noche, pero a mí me dejaban tranquilo y no me decían nada. ¿Qué debían decirme? ¿Que me fuera a mi casa?”. Se le ilumina la cara cuando le preguntan si conoce a Arrels Fundació. “Está claro que sí, fueron las primeras personas que me ayudaron. Bien, no. La primera fue María, mi ángel”.
Además de quienes duermen al raso, en Barcelona hay 5.100 personas sin hogar porque no es lo mismo tener un techo que tener un hogar. Lo sabe muy bien Drago, que ha vivido en un trastero de un metro cuadrado y en un habitáculo tan caluroso que prefería pasar la noche en la calle. Llegó a la ciudad sin saber una palabra de castellano y aprendió el idioma en tres meses, viendo “una televisión Philips con subtítulos”.
La nueva pobreza llega cada vez más a ciudadanos que se creían a salvo. Lo mismo ocurre con la lacra del sinhogarismo. Drago, que de pequeño se compró un radiocasete y lo primero que hizo fue desmontarlo “para ver cómo funcionaba, tuvo un negocio de montajes electrónicos en su país. Podía instalar alarmas y realizar el mantenimiento de establecimientos comerciales. A esto se dedicaba con Galina, su esposa.
El cáncer ya se había cruzado en su vida. En el 2002 falleció su madre de un tumor. Su padre se separó y se desentendió de su crianza, que recayó en manos de Iván, el abuelo materno. En el 2012, cuando mejor le iban las cosas, Galina también murió de la misma enfermedad que su madre y él cayó en una espiral de autodestrucción. “Pero mira mis venas y mis brazos: limpios. No bebo y nunca me he pinchado”.
Perdió su trabajo, su casa y el norte. Estaba convencido de que amanecería muerto cualquier día hasta que alguien le dio dinero para un billete de autocar desde Burgas, su ciudad, "al este del país y una de las puertas de entrada a la UE". Desembarcó en Barcelona sin nada. Hoy casi todas sus pertenencias caben en tres bolsas, las tres que conlleva cuando acude al Clínic, pero se siente seguro y cree que puede valerse por sí mismo.
"Todo aquí ha sido un milagro para mí". Cuando más desvalido estaba, una señora se acercó a la calle y empezó a hablarle en inglés, idioma que también aprendió por su cuenta. A Drago le conmovió que esa señora quisiera ayudarle y que se llamara María, como su madre. "Usted es un ángel", le dijo. "Pues en realidad me llamo Maria Àngels". Luego vino la ayuda del equipo de calle y del taller de Arrels, La Troballa.
“No soy un pianista. No tengo estudios. Soy hábil para sacar tonos, nada más. En un lego puede parecer que toco bien, pero no es verdad”, dice con humildad. Siempre hay alguien que le aplaude o que le llama “Bravo!”, como un señor que le ha estado grabando con el móvil y que trabaja en TVE. La cóvid frenó en seco su progresión, aunque durante la pandemia practicó tres meses en un teclado digital que le dejaron.
Interpreta al Ave Maria de Schubert con la misma devoción que A mi manera, de Sinatra, su preferida, aunque su historia sabe más “derrota y miel”, como El hombre del piano, de Billy Joel, en la versión de Ana Belén. Ensaya mentalmente cuando pasea sin rumbo. “Hay movimientos que me han costado más de seis meses”, aunque nadie lo diría viéndole en directo. "Mañana, todo será diferente: la improvisación es mágica".
“Es muy educado. Su música transmite paz y tranquilidad”, afirma Liuvana, la vigilante, orgullosa de no haber titubeado el día en que le pidió permiso para entrar y ella dijo adelante. Pronto serán las 21 horas y Drago cerrará el piano por no perturbar el descanso de los enfermos. Cogerá sus pertenencias y se irá. No dirá dónde, celoso de su intimidad, como cualquiera de nosotros. Allí va, calle abajo, por la noche, con sus tres bolsas. - Domingo Marchena - lavanguardia.
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