EL ÚLTIMO SOCIÓLOGO

El último sociólogo vigoroso e imaginativo fue indudablemente Lenin. Había definido exactamente el comunismo de 1917: «Es el socialismo más la electricidad.» Ha pasado casi medio siglo. La definición sigue todavía para la China, el África y la India. Pero es letra muerta para el mundo moderno. Rusia espera al pensador que describirá el orden nuevo: el comunismo más la energía atómica, más el automatismo, más la síntesis de los carburantes y de los alimentos a partir del aire y del agua, más la física de los cuerpos sólidos, más la conquista de las estrellas, etc. John Buchan, después de asistir a los funerales de Lenin, anunció la venida de otro Vidente, que sabría promover un «comunismo de cuatro dimensiones». Si la URSS no tiene sociólogos a su altura, América no está mejor provista. La reacción contra los «historiadores rojos» de fines del siglo XIX ha llevado a la pluma de los observadores el elogio franco de las grandes dinastías capitalistas y de las poderosas organizaciones. Esta franqueza es saludable, pero la perspectiva es corta. Las críticas de la «American way of life» son literarias, y proceden de la manera más negativa. Nadie parece empujar la imaginación hasta ver nacer, a través de esta «multitud solitaria» una civilización diferente de sus formas exteriores, hasta sentir un chasquido de las conciencias, la aparición de mitos nuevos. A través de la abundante y asombrosa literatura llamada de science-fiction se distingue, empero, la aventura de un espíritu que sale de la adolescencia, se despliega a la medida del planeta, se adentra en una reflexión a escala cósmica y sitúa de otra manera el destino humano en el Universo. Pero el estudio de tal literatura, aunque comparable a la tradición oral de los antiguos rapsodas, y que atestigua los movimientos profundos de la inteligencia en ruta, no es cosa seria para los sociólogos. En cuanto a la sociología europea, sigue siendo estrictamente provinciana, fija toda la inteligencia en debates de campanario. En tales condiciones, no es sorprendente que las almas sencillas se refugien en el catastrofismo. Todo es absurdo y la bomba «H» pone fin a la Historia. Esta filosofía, que parece a un tiempo siniestra y profunda, es más fácil de manejar que los pesados y delicados instrumentos del análisis de lo real. Es una enfermedad pasajera del pensamiento de unos seres civilizados que no han sabido adaptar su herencia de nociones (libertad individual, persona humana, felicidad, etc.), al desplazamiento de los fines de la civilización. Es una fatiga nerviosa del espíritu, en el momento en que este espíritu, en lucha con sus propias conquistas, debe no parecer, sino cambiar la estructura. Después de todo, no es la primera vez en la historia de la Humanidad que la conciencia debe pasar de un plano a otro. Toda forja es dolorosa. Si hay un porvenir, merece que lo examinemos. Y en este presente acelerado, la reflexión no debe hacerse con referencia a un próximo pasado. Nuestro futuro próximo es tan diferente de lo que acabamos de conocer, como el siglo XIX lo era de la civilización maya. Por consiguiente, tenemos que proceder por proyecciones incesantes en las más grandes dimensiones del tiempo y del espacio, nunca por comparaciones minúsculas en una infinita fracción, en que el pasado recientemente vivido no tiene ninguna de las propiedades del porvenir, y donde el presente, apenas encarnado, se ve sumido en aquel pasado inservible. - El retorno de los Brujos (1960) (fragmento)

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