DESOLACIÓN EN TAFGARTE


La anciana Zahra Ben Brik levanta sus manos naranjas por la henna y llora con la desesperación de los olvidados. Dieciocho miembros de su familia han muerto tras caerles encima sus casas de piedra en Tafgarte, una zona rural de las montañas del Atlas, al sur de Marrakech, donde apenas queda una casa en pie. 
El escenario es desolador. Decenas de casas derruidas se desparraman por la ladera de la montaña y por todos lados hay puertas, bicicletas o sofás envueltos de polvo y piedras, como si hubieran salido volando por una explosión de gas. Zahra se seca los ojos con las manos pero vuelve a rendirse a un sollozo lento y agudo. “Nadie ha venido a ayudarnos, yo soy mayor y no tengo fuerzas, un vecino me ayuda a quitar piedras una a una para que pueda encontrar a mi familia y poder enterrarlos. Lo he perdido todo y estoy sola, ¿qué va a ser de mí?”.
El terremoto que el pasado viernes hizo temblar Marruecos, el peor de su historia con al menos 2.012 fallecidos y 2.059 heridos,  1.400 de gravedad, se ha cebado especialmente en zonas humildes y rurales del país. En Tafgarte, una aldea de apenas 120 casas al final de un camino tortuoso y estrecho, han muerto más de 80 personas. En las explanadas, entre olivos y arbustos secos, hay decenas de familias que esperan sobre alfombras no saben bien a qué. 
Treinta y seis horas después del temblor, nadie del gobierno ha venido a ayudarles. Solo un puñado de voluntarios civiles de Amizmiz, el pueblo a los pies de la montaña, ha subido algo de comida y mantas. En Tafgarte lo más urgente son tiendas y comida, porque todos lo han perdido todo. Algunos vecinos deambulan desorientados y un hombre con una gorra azul que chapurrea inglés porque hizo de guía de turistas de joven repite una y otra vez: “This is like Irak! This is like Irak” ("Esto es como Irak"). Nadie le hace mucho caso.
El vecino Brahim Mazahar no ha parado de quitar piedras con las manos desde el seísmo. Tiene sangre en la punta de los dedos y el polvo le blanquea el brazo hasta el codo. También tiene heridas más profundas e invisibles: le carcome la culpa desde el viernes. Acababa de rezar junto a su mujer y su hija y se disponían a rezar cuando notaron un temblor terrible, como si la tierra rugiera y se revolviera como un dragón. “Me equivoqué, les dije que esperaran dentro de casa porque fuera llovían piedras y la casa no aguantó. Se les cayó encima. Pensaba que las protegía y ahora las dos están muertas”.
Cada giro por cualquier callejuela rota de Tafgarte, llena de piedras y escombros, tiene la misma banda sonora de lloros de mujeres y hombres que lo han perdido todo y esperan junto a las ruinas de su casa. La escena del desastre y el olvido de las zonas rurales también tiene olor: hace calor y el hedor de los cuerpos en descomposición empieza a emanar de entre las piedras. Al final de una ladera donde antes había decenas de casas y ahora solo destrucción, Mohamed aparta unas piedras con la mirada perdida. Busca a su padre, de 76 años, que dormía cuando se le cayó la casa encima. Mohamed dice que no tiene esperanzas de encontrarlo vivo. “El polvo del adobe ahoga a los pocos que sobrevivieron debajo de las piedras. En esta aldea no queda nadie vivo ya bajo las piedras”. -Xavier Aldekoa - EN LA VANGUARDIA.COM

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