VILLA DECATHLON

La ministra de Interior de Reino Unido, Suella Braverman, ha anunciado más mano dura con las personas que duermen en tiendas de acampada en la calle. Las culpa de afear las ciudades por no querer renunciar a su particular “estilo de vida”. Ha generado una buena polémica en su país. La cartografía de las ciudades globales es enrevesada porque desborda los límites administrativos. Así como hay una metrópolis turística transfronteriza que tiene como denominador común el postureo, existe también una ciudad líquida que se extiende por Londres, Nueva York, París, Madrid o Barcelona y que bien podría llamarse Villa Decathlon , porque muchas de las tiendas que brotan en estas urbes se compran en comercios de esta marca. Las más sencillas cuestan 29,99 euros. Se desplazan una vez montadas hasta el lugar más idóneo, así que son ideales para vivir a salto de mata.

Estas concentraciones de personas sin hogar no son nuevas, pero cada vez hay más y resultan más visibles. En cualquier ciudad del mundo. Muchos de quienes duermen al raso –o bajo el leve polietileno de la tienda– son migrantes sin techo. La crisis climática y la inestabilidad política en el Magreb y el Sahel han desencadenado un tsunami humano imposible de contener con vallas y barcas patrulleras.

¿Es la solución desarrollar políticas de contratación en origen para lograr flujos de inmigrantes ordenados? Es probable que sí, pero para tener éxito habría que actuar a gran escala, de forma coordinada con toda la UE y con una extraordinaria capacidad de adaptación a los vaivenes políticos en los países del sur. Es decir, toda una quimera.

Además, a los vecinos migrantes de Villa Decathlon se suman los locales expulsados por un sistema cada vez más injusto. La desaparición masiva de puestos de trabajo razonablemente remunerados o el alza indecente de los alquileres tienen la culpa. Ahí está el ejemplo de esos profesores o sanitarios que en enclaves turísticos tienen que dormir en un camping.

No le falta del todo razón a la ministra británica cuando dice que, para algunas personas, vivir acampado constituye un estilo de vida. Algunos colectivos de jóvenes expatriados se han habituado a esta cómoda forma de malvivir en el espacio público. Serían la versión actual de los “indigentes ociosos” a quienes aludía Jane Jacobs en su preclara Muerte y vida de las grandes ciudades. Pero la razón la pierde Braverman cuando generaliza y evita mostrar la más mínima compasión por personas condenadas a la marginalidad por una combinación de desgracias y malas decisiones vitales.

La solución del problema, de existir, solo puede venir de una acción combinada. Los ayuntamientos tienen que empezar a asumir que el reto no es coyuntural y aumentar tanto las plazas de alojamiento temporal como las plantillas especializadas que atienden a este colectivo, así como afinar mejor en las normativas de uso del espacio público.

Sin ánimo de aportar soluciones, si no más bien de minimizar errores, la investigadora en ciencia y ética Margaret Mitchell advirtió el miércoles en el congreso Smart City Expo de Barcelona sobre los riesgos de desarrollar políticas urbanas no inclusivas de IA. Puso como ejemplo el hecho de que se haya descubierto que algunas aplicaciones de conducción autónoma no reconocen adecuadamente a los niños que transitan por las calles. 

Para ella, es crucial no dejarse a nadie fuera del relato. Una cosa es la diversidad (“hay gente diferente”) y, otra, más relevante, la inclusividad (“todos intervienen”). Es decir, Villa Decathlon no puede esconderse debajo de la alfombra para apaciguar malas conciencias. Por desgracia –sobre todo para sus vecinos– es una ciudad global que ha llegado para quedarse.- comn información de la vanguardia.

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