Estamos en vísperas de la festividad del 12 de octubre y los aviones militares se entrenan para el desfile sobre el barrio madrileño donde paso este comienzo de otoño. Fastidia su ruido, el gasto de carburante, la contaminación del aire y el peligro que puedan suponer si tienen un accidente. Pero aún molesta más el que este desfile del 12 de octubre se haya convertido en una ocasión para que unos energúmenos se expresen de modo divisivo insultando a placer a los presidentes de Gobierno progresistas.
Lo escribió aquí el otro día Javier Pérez Royo en el diario.es: “¿Qué fiesta nacional es esta que sirve, sobre todo, como pretexto para que las derechas españolas abronquen al Gobierno de izquierda democráticamente elegido? ¿Qué fiesta nacional es esta que no consigue que acudan a la misma los presidentes de todas las Comunidades Autónomas?”. Tiene razón el catedrático: el 12 de octubre no acaba de cuajar como fiesta de la gran mayoría de los españoles, salvo, claro, como una ocasión para salir de las ciudades donde viven y trabajan. Una fiesta anacrónica, rematada por el desfile de los legionarios y la cabra.
La celebración del aniversario de la llegada de Colón al Nuevo Mundo no suscita un amplio consenso. Ni en España ni en América Latina. No tiene en nuestros corazones el arraigo casi unánime que tiene en los franceses su 14 de julio. Y es que el 12 de octubre de 1492 se culminó una gran hazaña de la navegación marítima, pero ello abrió la puerta a un período trágico para decenas de millones de nativos del Nuevo Mundo. En cambio, la toma de la Bastilla tuvo y tiene el significado de esa lucha por la libertad, la igualdad y la fraternidad que constituyen el horizonte deseable no solo de Francia, sino de la humanidad.
¿Qué quieren que les diga? La auténtica españolidad no se identifica con Hernán Cortés y Francisco Pizarro, sino con Bartolomé de las Casas y Miguel de Cervantes.
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