Keith Hayward es profesor de Criminología en la Universidad de Copenhague. Nació en los años setenta, en Inglaterra. Su infancia, explica, fue como la de la mayor parte de sus compañeros: “Era un niño normal, que caminaba sólo de casa en la escuela, jugaba y hacía deporte. Mis padres me amaban, sin duda, pero no intentaban catapultarme hacia nada en concreto; confiaban en mí. De adolescente, ya era bastante autónomo”. Una autonomía, sostiene, hoy es un bien cada vez más escaso. Para Hayward, vivimos en una sociedad infantilizada en la que la madurez, en otro tiempo una virtud, es más bien un hándicap. Esta tesis la refleja en un libro: Infantilised: how our culture killed adulthood (Infantilizados, como nuestra cultura puso fin a la madurez, no traducido al catalán ni al castellano). El ensayo argumenta que la cultura occidental, arrastrada por Estados Unidos, fomenta la infantilización. Lo hace a través de mecanismos económicos y culturales que se encuentran en las familias, el mercado, las universidades y la política.
Hayward, explica en La Vanguardia, se refiere a alumnos que se ofenden o se traumatizan ante según qué temas académicos, que reclaman “espacios seguros” y consumen cada vez más medicamentos o que van con los padres a la revisión de un examen. "No todos los estudiantes están infantilizados", matiza. “Hay maduros, sí, pero hay un cambio generacional palpable: hay mucha más sobreprotección, tanto de los padres como de las propias universidades, cuyas políticas hacia los estudiantes son desconcertantes. Y no creo que las requieran muchos. ¡Son los adultos los que infantilizan a las nuevas generaciones!”, denuncia.
Esta infantilización no sólo se da en las aulas. También se aprecia en empleados jóvenes que se desmoronan ante la más mínima crítica de sus jefes. O en las redes sociales, en las que muchos hombres y mujeres maduros bailan para conseguir seguidores o insultan de lo lindo. "Internet te infantiliza, cuando utilizas las redes sociales te conviertes en un adolescente". En paralelo, existe el mercado: “Se dirige al cliente no a través de los datos, sino de las emociones. Los arquetipos de adultos que ves en la publicidad no son maduros ni responsables”.
Para él, la infantilización del mundo adulto es un gran negocio, que incluye los conciertos de Taylor Swift (con madres e hijas vestidas igual y cantando al unísono) y celebraciones como Halloween: “Era la fiesta de los niños y se ha convertido en en una actividad de adultos, que genera mucho dinero”. Sin olvidar los juguetes, otrora patrimonio de los menores y ahora monopolizados por los mayores de edad, que son los que van en patinete o hacen skateboard por las ciudades. "Para mí, un adulto es alguien que es capaz de cuidarse y de pensar por sí mismo: alguien responsable de sus actos y de sus decisiones, con planes de futuro". El problema, dice, es que esto cuesta que llegue si te han educado en la sobreprotección: “Muchos padres tratan a los hijos como pequeños dioses”.
Pequeños dioses que se independizan cada vez más tarde, sí. ¿Pero no es debido a condiciones más complicadas, como el encarecimiento de la vivienda? "No se puede negar que hoy ser adulto es más costoso económicamente", responde. “Pero tampoco puede negarse que en generaciones previas ha habido momentos muy duros y la gente ha salido adelante. En los años treinta, con la gran crisis económica en Estados Unidos, nadie dijo: 'Hago una regresión, me quedo en casa y sigo siendo un niño'. Y esto se debe a que no existía un mundo infantilizado, con valores antiadultos”.
Porque, para Hayward, hoy la adultez está casi mal vista. Un tema que también toca el psicólogo clínico Javier Urra, que publica Inmadurez colectiva. Un libro “que se basa en la idea de que cada vez hay más gente que no es ciudadana, sino cliente, y como tal siempre tiene razón. Damos por supuesto que todo debe hacerse y que todo es exigible”.
Urra aborda un diagnóstico similar al de Hayward y alerta de la sobreprotección parental de unos hijos cada vez más cascarrabias e incapaces. "Los niños y niñas que lo exigían todo a los padres ahora lo exigen a la sociedad". Una sociedad que prioriza la emoción y no la razón, y en la que los adultos, observa Urra, estallan a llorar con una sorprendente facilidad: “Veo a gente a la que dan un premio y, en lugar de decir algo, se ponen a llorar como niños. ¿Por qué lloran si les están dando un premio?”.
“Pero también –apunta Urra– habría que preguntarse por qué hoy se llega a todo después. No te digo que volvamos a la época de mis bisabuelos, en los que a los doce años ya te hacían ser aprendiz, pero estamos sobreprotegiendo. España es uno de los países con menos natalidad y más longevidad del mundo y esto resulta de que muchos padres ejercen de abogados de sus hijos, no les dejan crecer ni responsabilizarse de sus actos”.
Ambos coinciden en que el niño necesita protección y consejo, pero también herramientas para ser independiente. Y es aquí donde la sociedad falla. : los niños "se adultifican". "Se ve en fenómenos como la hipersexualización, sobre todo de las niñas, y en la medicalización de tantos menores por trastornos como el TDAH. Pero, por otra parte, les dejamos sin control en internet". Eva Millet en la vanguardia.