Comentario para los estudiantes de Antropología Religiosa de la UB, enviado en marzo de 2016. Manuel Delgado.
Me gustaría que reparase en la pertinencia de lo que discutimos sobre la construcción social del "intelectual", que es en esencia un rol atribuido desde fuera y que el destinatario suele acabar asumiendo convencido como el de alguien en condiciones ejercer una especie de autoridad oracular sin fundamento real, es decir que se pronuncia de manera solemne sobre temas sobre los que no tiene la mínima competencia. No estamos hablando de filósofos, sociólogos, literatos, creadores... El "intelectual" no es un profesional de nada. No existe un Colegio Oficial de Intelectuales, ni "intelectual" es un título académico. Intelectual es una persona que, habiéndose ganado su valoración un ámbito del conocimiento o la creación, la aplica de forma arbitraria para ponderar sobre cualquier tema sobre lo que sea interpelado, atribuyéndose a su voz una virtud casi oracular. Para entendernos, el intelectual es alguien que ejerce una forma socialmente reconocida y reclamada de impostura, a la que el destinatario, por pura vanidad, casi siempre termina sucumbiendo.
Una variable especialmente patética de esta figura del intelectual —lea siempre "intelectual", entre comillas— es la del intelectual comprometido, que a su injustificada arrogancia mental le añade una dosis de mesianismo, como si estuviera convencido de que los débiles, los desvalidos, las víctimas de todo tipo de injusticia, reclaman su generosidad para que acuda a donde sea para bendecirlos con sus pensamientos.
Hay dos referencias bibliográficas que le pediría que tuvieras en cuenta y que hablen de la inmensa trivialidad y falta de honestidad que se esconde detrás del "trabajo" de intelectual.
La primera es relativa a la expresión más descaradamente banal del intelectual como impostor profesional a tiempo completo o parcial, que es la del profesor universitario, escritor o artista que participa en tertulias mediáticas para hablar de cualquier tema de lo que, por principio, casi como requisito, no deben tener ni idea y, además, hacerlo de forma rotunda, distribuyendo todo tipo de sentencias que tienen la apariencia de contener una verdad incuestionable. Algunos lo hacen porque se les pagan y se quitan uno además, otros por pura soberbia, pero sin que quede nunca claro porque su opinión vale más que la de cualquier otra que, como ellos, tiene una información superficial sobre la cuestión en particular y derrama opiniones igualmente superficiales.
Un libro muy reciente habla de este tipo de gente. Acaba de salir. Os lo recomiendo. Se titula La desfachatez intelectual y es de Ignacio Sánchez-Cuesta (Catarata). Habla de Mario Vargas Losa, Fernando Savater, Javier Cercas, Jon Juaristi, Félix de Azúa, Fernando Vargas Losa, etc.
Ahora bien. Se pensará que esta caradura como materia prima del ejercicio como intelectual es exclusiva de aquellos que se arrastran por el barro de los medios. Se equivoca. Esto también vale para los "maîtres à penser", los "grandes pensadores" que nunca pisarían un plató televisivo o un estudio radiofónico, o ni siquiera escribirían una columna en un diario. Hablo de gente como Jacques Lacan, Julia Kristeva, Paul Virilio, Gilles Deleuze, Félix Guattari, Luce Irigaray, Bruno Latour, Jean Baudrillard...
Pues bien. Es de ellos que habla un libro fundamental, escrito por dos físicos, Alan Sokal y Jean Bricmont. Se titula Imposturas intelectuales (Paidós) y allí los autores se meten de cómo estos pensadores de referencia utilizaban categorías científicas de la manera más alegre, elaborando teorías enrevesadas sin sentir, llenas de inexactitudes en el uso que hacían de todo tipo de conceptos científicos y que en realidad, pese a la altisonancia, su aparente profundidad ya menudo su oscuridad, no significaban absolutamente nada o, si se quiere, significaban lo que se quisiera.
Sokal remató su denuncia con un experimento. Envió a una de las revistas de filosofía más prestigiosas del mundo, Social Text, un artículo titulado "Transgressing the boundaries: toward transformative hermeneutics of quantum gravity", es decir "Transgresiones de las fronteras: hacia una dinámica transformadora de la gravedad" cuántica". El artículo estaba escrito en un lenguaje pretencioso y complicado, pero estaba lleno de afirmaciones absurdas y frases sin sentido. Ni que decir tiene que, tras ser evaluado por su comité de redacción, aceptó el texto y lo publicó en su número de 1996. El artículo está incluido en la edición española del libro.