«Lo que asusta de Trump, un líder con pocas convicciones democráticas de que no detecta contrapoderes, es que pueda representar la normalidad; los satélites de extrema derecha que beben del trumpismo llevan tiempo en órbita»
"El miedo es algo bueno. El miedo lleva a tomar medidas". Recurrir a la hemeroteca aporta perspectiva para entender el presente. Steve Bannon, artífice del primer mandato de Donald Trump, entendió qué debía despertar en el pueblo estadounidense para sacudir al Partido Republicano e irrumpir en la Casa Blanca. Fue la sustancia gris que fabricó el trumpismo y su caja de resonancia a escala internacional, fruta madura también ahora en Europa, donde la extrema derecha va tomando posiciones a rebufo del huracán que representa el retorno consumado de Trump.
El terreno de juego definido por Trump es propicio para romper consensos, desprenderse de legados largamente trabajados y articular amenazas. Y es lo que ha empezado a hacer: laminación de la obra de Joe Biden, estocada en la agenda verde, anuncios de guerra en las políticas de diversidad -con las personas trans en el punto de mira-, asedio a los derechos adquiridos por migrantes y desprecio por los entendimientos globales, con el adiós a espacios de trabajo compartidos como la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Lo que asusta de Trump es constatar que siente que puede actuar con impunidad. Y, ciertamente, todavía no han aparecido los contrapesos dentro de Estados Unidos -gobernadores y jueces federales podrían serlo-, al igual que no se detecta una era de fortaleza de los acuerdos multilaterales anclados en el beneficio común. De la ceremonia al Capitolio, con el poder tecnológico haciéndole acto de reverencia, queda el regusto de un presidente envalentonado, más peligroso que en su primer mandato. Y lo es porque el momento le acompaña y los cimientos del juego democrático están erosionados. El miedo es que lo que representa Trump sea la normalidad. Los satélites de extrema derecha que beben del trumpismo llevan tiempo en órbita.
Lo que asusta de Trump, es que es el único político que cumple a rajatabla sus promesas electorales, aunque no nos gusten, y eso hay 70 millones de norteamericanos que lo han comprado.
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