A la vuelta el domingo del CE Europa-Valencia B, ya intuí por las noticias de TV3 que el derbi femenino Espanyol-Barça de esa mañana había sido un ball de bastons. La estrella blaugrana Graham Hansen rajaba, algo sobrada: “Si el rival no quiere jugar y solo sale a pegar hostias...”, escribe Joaquin Luna.
Ya son muchos años de fútbol como para errar. Una profesional del Barça, Mapi León, aparece en otra imagen del derbi tocando los genitales de su marcadora –marcador de chaval, conozco la dimensión de sicario del cometido–, a la que dedicó el tipo de frase que te dedicaban los marcados, hartos con razón de tu sombra y sus patadas: “¿Tienes picha?”.
A estas y otras lindezas las llamábamos “fútbol es fútbol”, muy conscientes de las tonterías y los despropósitos de un deporte de caballeros jugado por brutos. Todos somos hijos de un tiempo, y entonces ser futbolero no daba ni un miserable punto ante las compañeras de colegio o universidad. Más bien lo restaba...
La eclosión del fútbol femenino en España, espectacular, vertiginosa, ha venido acompañada de un mensaje extradeportivo –la lucha por la igualdad–, tan potente como arriesgado para quienes siempre hemos pensado que esto del fútbol tiene cara B y no es precisamente la del jogo bonito, sino la de sacar lo peor que todos llevamos dentro. No hay que olvidar el lamentable y poco ejemplar comportamiento de los aficionad@ periquit@s, rompiendo un fair-play que hasta ahora se había mantenido en todos los campos de fútbol, con un público eminentemente familiar, juvenil, educado, animoso y formal.
Lo del tocamiento y la frasecita presenta un problema, siendo como es un lance sin más de un partido caliente (si termina en un juzgado, apaga y vámonos): la sobreactuación de la sociedad respecto a ciertos asuntos menores.
Por algún lado tengo escrito y hace tiempo –¡escribe uno tantas chorradas!– que esa idea de que las futbolistas cambiarían el fútbol encerraba un riesgo: que sea el fútbol el que cambie a las futbolistas y las haga tan irracionales, engreídas o chulas como a los hombres. No había sido así hasta hace cuatro días, pero la profesionalización, el encumbramiento por dar patadas a un balón –eso nos decían para reflejar lo primitivo, ergo masculino, del fútbol– y la competencia a cara de perro –ya sea un Penitentes-Baronense o el clásico– presagian episodios poco pedagógicos. Y a ver cómo lo explican los exégetas a los niños y las niñas...
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