Los datos son claros. Desde el año 2000, Catalunya ha experimentado un espectacular crecimiento demográfico, pasando de seis millones de habitantes a ocho. Si a principios de siglo las personas nacidas fuera de España empadronadas en Catalunya eran solo 253.000 –un 4% de la población–, hoy esta cifra supera ya de largo el millón y medio de personas –concretamente 1.650.000, más del 21% de la población–.
Con una natalidad y un paro a la baja y el empleo al alza, tras superar la crisis del 2008 y el paréntesis de la pandemia, lo cierto es que el 95% del crecimiento de la población activa en Catalunya entre 2010 y 2023, que fue de 400.000 trabajadores, ha sido de personas nacidas en el extranjero. Esto explica por qué el 26% de la población asalariada en Catalunya es hoy de origen extranjero, sin contar la que trabaja en la economía irregular o sumergida.
Según el estudio de CCOO, la mayoría de la población de origen extranjero ocupa en Catalunya los puestos de trabajo más precarios en los sectores económicos menos deseados. Esta situación, que implica a menudo desarrollar oficios o profesiones muy por debajo de su cualificación, con salarios más bajos, más riesgos en salud laboral, más temporalidad y, en definitiva, más precariedad, es homóloga a la que vivió la inmigración procedente del resto de España durante el siglo XX.
Ya sucedió con la primera gran ola de inmigrantes durante el primer tercio del siglo, justo cuando Candel emigró con sus padres, en 1927, de la comarca valenciana del Rincón de Ademuz a la Barcelona que construía la Exposición Internacional en la ladera de Montjuïc opuesta a la que, del lado de la Zona Franca, se poblaba de barracas y barrios obreros. Y sucedió con la segunda ola, esa que Candel, vecino de la Zona Franca, retrató entre los años cincuenta y setenta, en plena posguerra, dictadura y desarrollismo franquistas.
En el penúltimo capítulo, Candel escribe que Los otros catalanes no es “un estudio científico, riguroso ni matemático sobre la inmigración”. Aclara que sus páginas son “una serie de observaciones hechas en torno a una clase y un ambiente que en todos los aspectos es el nuestro”. Y ese nosotros que se equipara con los otros del título no es solo, ni principalmente, en clave nacional, sino de clase. Así lo precisó Candel a su amigo y periodista Josep Maria Huertas Clavería en una entrevista de 1964: “Los otros catalanes son, ante todo, una defensa a ultranza del inmigrante pobre, inmerso en el proletariado”.
Hoy, como ayer, son comunes problemáticas bien conocidas por los recién llegados: la dificultad para acceder a una vivienda digna, la pobreza infantil, la explotación laboral y la exclusión social. Con la diferencia, entre la inmigración del siglo XX y la actual, que, en contra del imaginario colectivo, es extraordinario el aumento del nivel educativo de la población de origen extranjero, ya muy parecido al de la población nacida en España.
En 2017, por primera vez, el número de empadronados en Catalunya de origen extranjero superó al de los nacidos en el resto de España. Ya hay más nuevos otros catalanes de la tercera ola migratoria que viejos otros catalanes de la segunda ola. Según datos del padrón, de las 1.650.000 personas de origen extranjero que vivían en Catalunya en el 2022, poco más de medio millón habían obtenido la nacionalidad española, lo que representa casi un tercio de todas ellas. Pero, a su vez, una cuarta parte de los migrantes de origen extracomunitario empadronados en Catalunya se encuentran en situación irregular. Es decir, no solo carecen de la nacionalidad, sino de permiso de trabajo o residencia.
De todos estos nuevos otros catalanes, los latinoamericanos son el colectivo predominante: representan el 43,2% de los residentes nacidos fuera de España. En segundo lugar, está la población de origen africano, seguida de las personas nacidas en algún otro país de la Unión Europea. En ambos casos, y en contra también del imaginario popular, sus porcentajes se han ido reduciendo de forma progresiva. Por el contrario, durante el primer cuarto del siglo XXI se ha casi duplicado el porcentaje de la población catalana de origen asiático y, en menor medida, el de las personas nacidas en un país europeo no comunitario.
En resumen, el perfil de la inmigración ha cambiado. Es mucho más plural y diverso en orígenes, lenguas, culturas y religiones. Sin embargo, persisten muchas de las problemáticas que ya describió Candel en Los otros catalanes. El contexto ya no es el de la dictadura franquista. Paradójicamente, la imperfecta democracia en España, un autogobierno de Catalunya minado por unos y otros en la larga década del procés, los recortes en el estado de bienestar, la pérdida general de conciencia de clase y el auge de la extrema derecha han configurado un marco perverso.
Desigualdades sociales crecientes, la ley de Extranjería y restricciones migratorias europeas, así como el repliegue cultural identitario y conservador, hacen difícil salir de la exclusión a miles de personas. Además, y a diferencia de los otros catalanes de antes, que en definitiva eran españoles, la gran mayoría de las personas migrantes de hoy no tienen reconocidos derechos básicos de ciudadanía por ser de origen extranjero. Sin ir más lejos, entre una quinta y una cuarta parte de la población catalana no puede votar.
Precisamente el derecho al voto, la lucha por la democracia, las libertades y los derechos sociales y nacionales fueron clave para la socialización y cohesión de los otros catalanes en la idea de Catalunya, un sol poble. El propio Candel fue uno de los senadores más votados de España, en 1977, y concejal de L'Hospitalet de Llobregat por el PSUC, en 1979. Acompañado por el activista Josep Benet, el dirigente comunista Antoni Gutiérrez Díaz y el sindicalista Cipriano García, Candel fijó un terreno de juego para la convivencia en el catalanismo democrático que era común a las Comisiones Obreras, al comunismo del PSUC, a la izquierda socialista de Joan Reventós (que contribuyó a Los otros catalanes con 12.000 pesetas) y al nacionalismo burgués y democristiano de Jordi Pujol (que aportó datos para el libro).
Hoy, con la extrema derecha y la xenofobia en auge, la idea de Catalunya como un solo pueblo requiere una urgente actualización. Ya decía Candel en 1964 que era una “opinión preponderante, tanto por parte de los catalanes como de los no-catalanes, que Catalunya no admite a los inmigrantes”. Y precisaba: “Existe una cierta segregación, pero no por razones de procedencia, sino por razones de nivel social. Y como el inmigrante –la mayoría– pertenece a un nivel económico más bajo que el resto de los residentes del país, de aquí viene esta visible separación”.
Algo parecido sucede ahora con los nuevos migrantes. De aquí que siga vigente esa máxima de que “es catalán quien vive y trabaja en Catalunya”. La cita se atribuye indistintamente a Candel, Josep Benet, Cipriano García, Antoni Gutiérrez Díaz y Jordi Pujol. Sea quien fuera el padre, el sentido casa perfectamente con un escritor como Candel que, antes del éxito de Los otros catalanes, ya era conocido por novelas de contenido social como Hay una juventud que aguarda, Donde la ciudad cambia de nombre y Han matado a un hombre, han roto un paisaje.
Los comunistas identificaron su potencial para crear conciencia de clase hasta el punto de que, en 1959, el propio Candel recogió en su dietario que la emisora clandestina del PCE Radio Pirenaica hablaba de él como “paladín del suburbio y del proletariado”. No es casualidad que a su otro gran ensayo después de Los otros catalanes le pusiera por título Ser obrero no es ninguna ganga. Quizá debería actualizarse o reeditarse, igual que Edicions 62 acaba de hacer con Els altres catalans. Así, todos los catalanes y catalanas que viven y trabajan en Catalunya, incluyendo esa cuarta parte de la población que es de origen extranjero, podrían identificar su condición nacional y de clase con parámetros del siglo XXI. Marc Andreu a el diario.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario