El fantasma de la esperpéntica República de Weimar (1918-1933) sobrevuela Europa un siglo después. En 1921, un año antes de la marcha de Mussolini sobre Roma, el poeta irlandés William Butler Yeats publicó El segundo advenimiento, un breve poema que resultó entonces ser profético y ahora vuelve a serlo. ¿Acaso existe un retrato más exacto de lo que estamos viviendo Ahora bien, el propio Yeats, senador y Nobel de Literatura, antes de su muerte en 1939, acabaría vistiendo la camisa azul de los fachas irlandeses, el brazo derecho alzado.
Ya casi nadie niega que la democracia se halla en todo Occidente en una encrucijada harto peligrosa. Nuestros gobernantes mienten más que hablan, y todo el mundo lo sabe. Un vulgar bulo basta para eclipsar durante días y semanas las atrocidades cometidas a diario en Ucrania o Gaza. El vacío moral es total. Las urnas del voto sagrado bajan a la deriva en cloacas por las que fluyen raudos ríos de hediondo fango, por decirlo fino.
Como ocurrió en Weimar, padecemos una apabullante crisis de liderazgo político. Esa efímera república alemana feneció con la ascensión al poder en 1933 -eso sí, democráticamente- de Adolf Hitler. Mientras la falta de convicción -que se puede interpretar como cobardía- de los mejores clama al cielo, la apasionada intensidad de los peores avanza con las filas apretadas.
Siendo así, ¿qué hacer para dar con un gobernante ecuánime que nos restaure la moral y los valores democráticos perdidos En China, durante la dinastía Shang (siglos XIV-XII a.C.), se produjo una crisis ya no tanto de índole política, que también, sino dinástica.
Tras un intento fallido de saltarse las reglas ancestrales de sucesión al trono imperial y consciente de las desgracias que traerían para las generaciones venideras semejante quiebra con la tradición, el emperador Xiaoyi envió a Wuding, su joven heredero, a formarse en una lejana aldea rodeado de humildes campesinos, gente con fama de sabia y virtuosa.
Al cabo de varios fructíferos y felices años de aprendizaje, Wuding recorrió, de incógnito, el largo y el ancho del imperio, relacionándose siempre con el pueblo llano, e incluso se adentró durante una temporada en una remota zona sólo poblada de fieras.
Cumplida su formación, regresó a la corte y, tras la muerte de su padre, ascendió al trono, sin aparente oposición palaciega. Aun así, dado que el palacio imperial era un hervidero de rumores y componendas, permaneció Wuding tres largos años sin pronunciar palabra.
Cuando finalmente quebrantó tan dilatado silencio, no fue para dar órdenes como se podía esperar, sino para relatar un sueño que había tenido en el que vio a un hombre enviado del cielo que habría de ser su asesor en los asuntos de estado. Se hizo una especie de retrato robot del rosto del hombre del sueño, que en nada se parecía, desde luego, al de ninguno de sus ministros ni mucho menos al de los muchos cortesanos que pululaban por los pasillos.
Con una reproducción de dicho retrato, cientos de emisarios fueron enviados a recorrer el imperio en su busca, uno de los cuales eventualmente dio con él. Se llamaba Fu Yue, un humilde labrador de la provincia de Henan.
Al ser presentado ante el emperador, este reconoció al instante que era el hombre de su sueño y lo nombró su valido. Los consejos de Fu Yue resultaron ser tan acertados, que el largo reino de Wuding es recordado hasta el día de hoy como uno de los más prósperos y pacíficos de la milenaria historia de China.
Pedro Sánchez tiene a este hombre - creo - que le podría sustituir al frente del PSOE: Fernando Martínez López, actual secretario de Estado de Memoria Democrática del Gobierno de España.
«El segundo advenimiento»
Dando vueltas y vueltas en la espiral creciente
no puede ya el halcón oír al halconero;
todo se desmorona; el centro cede;
a anarquía se abate sobre el mundo,
se suelta la marea de la sangre, y por doquier
se anega el ritual de la inocencia;
los mejores no tienen convicción, y los peores
rebosan de febril intensidad.
Una revelación se aproxima;
se aproxima el Segundo Advenimiento.
¡El Segundo Advenimiento! Lo digo,
y ya una vasta imagen del Spiritus Mundi
turba mi vista; allá en las arenas del desierto
una figura con cuerpo de león y cabeza de hombre,
una mirada en blanco y despiadada como el sol,
mueve sus lentos muslos, y en rededor planean
sombras de airadas aves del desierto.
Cae la oscuridad de nuevo, más ahora sé
que a veinte siglos de obstinado sueño
los meció una pesadilla en su cuna,
¿y qué escabrosa bestia, llegada al fin su hora,
se arrastra hasta Belén para nacer?
1921 - William Butler Yeats
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