Una abuela de Luz Serra tuvo como profesor de francés a Antonio Machado y una tía abuela anduvo en La Barraca de Miguel Hernández haciendo teatro. Deducir que ya entonces sus antepasadas estaban escribiendo el destino para que ella acabara regentando una librería parece aventurado. Algo de eso hay, seguramente, por la semilla de interés por la cultura y conciencia social que sembraron en la familia. Pero Tráfico de Libros es una librería tan especial que los caminos por los que Serra ha llegado hasta aquí no se explican tan fácilmente.
Tiene mucho que ver, también, su afición a la lectura —“considero que es un salvavidas en muchos casos, y si lo es para mí, lo es para mucha gente”, dice—, tanta que acumuló y acumuló libros hasta que se vio en la necesidad de buscar un espacio en el que guardarlos. Pero además, y sobre todo, ha sido determinante un sentimiento muy personal sobre la “necesidad” de contar con las personas mayores, con los ancianos, que ella dice tener desde que era una niña. “Siempre he dicho que una de las miserias de nuestra especie es que no podamos convivir más de tres generaciones juntas, porque nos perdemos mucho, mucha sabiduría, en cualquier formato, no solo como algo que solo sabe un sabio, sino también en términos de alegría, de humor, de cómo tomarse ciertos problemas…”.
¿Resultado? En lugar de un almacén, una librería; y en lugar de arrinconar libros, venderlos a quien se los pueda pagar y prestarlos, o regalarlos incluso, a los ancianos que no puedan. O no tan ancianos. “Trabajo con la honradez de las personas desde el principio”, cuenta Serra. “No le voy a decir a nadie que solo a partir de tal edad se puede llevar el libro prestado. Si alguien cree que puede mejorar su calidad de vida con mi ayuda, yo le presto libros. Ha venido gente de 40 años con una situación económica que no le permite comprar un libro ni de segunda mano”.
No es tan extraño en el barrio en el que se asienta la librería, Lavapiés, una zona popular y multicultural de Madrid en la que conviven vecinos de toda la vida, con las bajas pensiones que implica en muchos casos; población inmigrante asentada, y no tanto, con la precariedad que a veces conlleva; y un cierto aire bohemio y alternativo que trata de resistir a duras penas la gentrificación. Así que las historias se acumulan en este pequeño espacio de acogida en que se ha convertido Tráfico de Libros, al que la gente acude también a pasar el rato, a charlar, en busca de la compañía que el paso de los años le ha negado. “Un espacio al que puedes entrar sin dinero”, explica Serra. Y así, una señora octogenaria le cuenta que un fondo buitre que ha comprado el edificio en el que vive no para de subir el precio del alquiler, tanto que ha decidido dejar de pagarlo hasta el momento en que el desahucio la empuje a regresar a su pueblo natal. “Ya ves, con 80 años y obligada a elegir entre convertirse en delincuente o indigente”, dice la librera. Mientras, dos hombres, también de avanzada edad, uno de ellos apoyado sobre un bastón, comentan en la puerta lo revuelto que ha estado el tiempo esta primavera. Otra vecina, entra y aprovecha para saludar a la anfitriona.
Otra de las peculiaridades de Tráfico de Libros es la presencia de un piano a disposición de todo el que quiera tocarlo. Por supuesto, sin pagar. La variedad de escenas que en torno a él se viven son aún más dispares: un niño que acude con su padre para preparar un examen; Sareh, de 42 años —a la que encontramos durante nuestra visita—, que complementa aquí las clases virtuales que recibe; un dúo lírico o una pequeña banda de jazz, guitarra y trompeta incluidas, realizando ensayos dominicales, o un veterano aficionado que nunca pudo tener un instrumento así. Del mantenimiento y afinación del piano se encarga Luis, la misma persona que se lo vendió a Serra, a cambio solo de las monedas recopiladas en una urna para donaciones voluntarias.
Junto a mensajes de admiración en redes, de ánimo, de promesas de visita, Luz Serra también ha recibido otros no tan amables, o inciertos, como aquel que decía que “solo hay libros comunistas”. Cosas de nuestro tiempo, hasta una actividad como esta tiene sus haters. Mientras nos lo cuenta observamos en un lugar destacado de la librería la última novela de un eurodiputado del PP. “Igual que me he ganado muchos amigos, me he ganado enemigos, desde que se viralizó la primera publicación. La cultura, a algunos sectores de la población, les da miedo. Es más lo simbólico de lo que hago aquí que por lo que hago en sí mismo, porque esto no es demasiado. Pero el hecho de que se vea que se pueda hacer a algunos debe darles un poquito de miedo”, explica la librera.
Efectivamente, Luz Serra no discrimina el tipo de libros que ofrece. La librería se nutre de los que ella compra a mayoristas —siempre de segunda mano— y de las donaciones que recibe. Para decidir el precio, busca en internet y copia el más bajo. Y así, ayudada también con un canal de venta online, consigue salir a flote, entre otras razones, por el apoyo de la gente que sabe lo que hay detrás. “Sin esa ayuda, esto hubiera cerrado. La conciencia social…”.
Hay otra cosa que hace diferente a Tráfico de Libros: a Luz Serra le encanta lo que hace. Y eso permite que días como el anterior a nuestra visita, en el que solo vendió tres libros, sean también días grandes. Y así lo dejó escrito esa misma mañana en sus redes sociales: “Porque he conocido a gente maravillosa, gente que ha agradecido mi compañía tanto como yo la suya, porque he prestado muchos libros a personas mayores y también han llegado donaciones; porque ha venido mi querido amigo y afinador y de nuevo ha puesto guapo el piano. Así, de manera caprichosa, la vida siempre me devuelve mucho más de lo que doy. No puedo negarlo, ha sido un día inmenso. Juan Luis Gallego en el PAÍS.
Estos son los lugares y estas las personas donde y con quienes quiero vivir. No todo está perdido...
Hay más paraísos como este, en Madrid hay una creo que en Caramanchel, que venden los libros a peso.