¿Y si lo que no pudiéramos soportar de Israel no fueran tanto sus acciones como lo que estas acciones nos recuerdan, contra nuestra voluntad, a nosotros, los bonos europeos? ¿Y si lo que nos recuerdan impertinentemente es cómo se han formado nuestros Estados modernos? Responder a este interrogante requeriría asumir, primero, que la moralidad puede tener un origen inmoral, y, segundo, que el realismo político sea vigente. Esto dejaría a los armados de buenas intenciones en un extraño lugar que sería más seráfico que político.... se pregunta y reflexiona en su blog el filósofo Gregori Luri...
El comentario de Gregorio Luri es provocador y filosóficamente denso. Plantea una crítica no tanto a Israel como a la forma en que Europa se mira a sí misma a través del espejo de Israel. Desentrañaremos y desarrollar su argumentario. Luri sugiere que la incomodidad europea con Israel no se debe únicamente a sus acciones políticas o militares, sino a lo que estas acciones revelan sobre la propia historia europea. En otras palabras, Israel sería un recordatorio incómodo de cómo se han construido los Estados modernos en Europa: mediante violencia, exclusión, guerra, y decisiones pragmáticas que hoy se juzgarían como inmorales.
La paradoja fundacional: Muchos Estados europeos se fundaron sobre actos de conquista, colonización, limpieza étnica o guerras civiles. Sin embargo, con el tiempo, esos mismos Estados se han convertido en defensores de los derechos humanos, la democracia y la paz. La moral como resultado, no como punto de partida: Luri nos invita a considerar que la moralidad política puede ser consecuencia de procesos inmorales. Es decir, que el orden, la ley y la justicia que hoy disfrutamos podrían haber nacido de actos que hoy condenaríamos.
El realismo político sostiene que los Estados actúan en función de sus intereses, no de principios morales. En ese marco, Israel no sería una anomalía, sino una continuación de la lógica fundacional de los Estados modernos. La política no es angelical: Si aceptamos que la moralidad puede tener un origen inmoral y que el realismo político sigue vigente, entonces los discursos bienintencionados —basados sólo en valores— corren el riesgo de ser irrelevantes o ingenuos.
Luri advierte que quienes se posicionan como “los buenos” podrían estar más cerca de una fantasía ética que de una comprensión política realista. Israel incomoda porque recuerda: No en lo que respecta, sino porque sus acciones reflejan lo que Europa hizo en su día para consolidarse. Europa ha sublimado su pasado violento en una narrativa de progreso y civilización. Israel, al actuar con crudeza política, rompe esta narrativa y la devuelve a sus raíces. El comentario de Luri no justifica ni condena las acciones de Israel. Lo que hace es invitar a una introspección incómoda: ¿por qué nos molesta tanto a Israel? ¿Es por lo que respecta a, o por lo que nos recuerda de nosotros mismos? Y si es el segundo, ¿estamos dispuestos a revisar nuestra propia historia con la misma severidad con la que juzgamos a otros?
Cuando el filósofo Gregorio Luri plantea que lo que nos incomoda de Israel no son tanto sus acciones como lo que estas acciones nos recuerdan -contra nuestra voluntad- sobre nosotros mismos, está tocando una profunda fibra de la conciencia europea. ¿Y si lo que nos molesta de Israel es que nos obliga a mirar de frente el origen violento de nuestros propios Estados modernos? ¿Y si la moralidad que hoy defendemos ha nacido, paradójicamente, de actos que hoy condenaríamos? Este artículo explora esta tesis incómoda, la desarrolla y conecta con pensadores como Carl Schmitt, Hannah Arendt y Raymond Aron, para entender por qué el juicio moral europeo sobre Israel podría estar más cerca de la introspección que de la condena. Europa se enorgullece de sus valores: derechos humanos, democracia, paz. ¿Pero cómo se construyeron los Estados que hoy los defienden? A través de guerras, colonizaciones, limpiezas étnicas, pactos de sangre y fuego. La moralidad política europea no nació de la virtud, sino de la necesidad, del conflicto, del pragmatismo.
Luri nos invita a aceptar que la moralidad puede tener un origen inmoral. Es una idea que recuerda a Hannah Arendt cuando hablaba de la banalidad del mal: no todo lo legal es justo, y no todo lo justo nació de buenas intenciones. Carl Schmitt, el jurista alemán, afirmaba que "el político" se define por la distinción entre amigo y enemigo. En ese marco, los Estados no actúan por principios morales, sino por intereses. Israel, entonces, no sería una anomalía, sino un Estado que actúa como los demás lo hicieron en su momento fundacional. Raymond Aron, más moderado, defendía un realismo liberal: la política debe aspirar a la moral, pero sin olvidar que se juega en un terreno de poder, no de ángeles. Luri parece alinearse con esta visión: los bienintencionados corren el riesgo de quedar en un sitio “seráfico”, más cerca de la fantasía ética que de la comprensión política.
Israel incomoda, porque recuerda. Recuerda cómo se construyeron Francia, Alemania, Italia, España. Recuerda que la paz europea es reciente y que su memoria es selectiva. Cuando Israel actúa con crudeza, Europa se ve reflejada en un espejo que no quiere mirar. Este espejo revela una verdad incómoda: la modernidad política europea no es tan pura como su discurso moral pretende. Y esto genera una tensión entre el pasado que se quiere olvidar y el presente que se quiere juzgar. En este contexto, los discursos éticos que condenan a Israel desde una supuesta superioridad moral corren el riesgo de ser irrelevantes. No porque la moral no importe, sino porque la política no se construye sólo con valores, sino con poder, historia y memoria.
Luri nos desafía a abandonar la comodidad del juicio fácil y entrar en el terreno complejo de la autocrítica. ¿Podemos juzgar sin recordar? ¿Podemos condenar sin revisar cómo llegamos dónde estamos?. Hipocresía o lucidez?.
Este artículo no pretende justificar ni condenar las acciones de Israel. Lo que propone —siguiendo a Luri— es una reflexión más profunda: ¿por qué nos molesta tanto a Israel? ¿Es por lo que hace, o por lo que nos recuerda de nosotros mismos? Aceptar que la moralidad puede tener un origen inmoral, y que el realismo político sigue vigente, no nos convierte en cínicos. Nos convierte en lúcidos. Y tal vez, en mejores ciudadanos.
Lo que plantea Guri es justificar la barbarie. Nadie está fundando ningún estado. Israel lo está ampliando. Y eso se llama imperialismo. Lo demás son florituras del lenguaje para justificar la masacre.
Luri
Luri advierte que quienes se posicionan como “los buenos” podrían estar más cerca de una fantasía ética que de una comprensión política realista. Israel incomoda porque recuerda: No en lo que respecta, sino porque sus acciones reflejan lo que Europa hizo en su día para consolidarse. Europa ha sublimado su pasado violento en una narrativa de progreso y civilización. Israel, al actuar con crudeza política, rompe esta narrativa y la devuelve a sus raíces. El comentario de Luri no justifica ni condena las acciones de Israel. Lo que hace es invitar a una introspección incómoda: ¿por qué nos molesta tanto a Israel? ¿Es por lo que respecta a, o por lo que nos recuerda de nosotros mismos? Y si es el segundo, ¿estamos dispuestos a revisar nuestra propia historia con la misma severidad con la que juzgamos a otros?
En ningun momento Luri justifica la masacre, solo intenta demostrar que quizas no tengamos muchas razones morales i éticas para ac usar a Israel en un acto conjunto de hipocresia.
El Pueblo de Palestina esta secuestrado por Hamàs, y esta siendo aniquilado por Osrael. es es el hecho empirico. Pero para llegar a esta conclusión des de la honestiodad, se agradece un artículo como el de Luri.