
Había una vez un novicio que se llamaba Tontolculo y fue llamado por el abad de su monasterio. "Tontolculo -dijo el lama al chico-, confías en mí?". "Claro está que sí, maestro!", respondió el novicio Tontolculo. Pero antes de que acabara la frase, el lama le clavó un puñetazo en el ojo (no el tercero, sino uno de los normales) que le dejó atontado. El pobre chico, desconcertado, volvió a su celda reflexionando sobre el significado oculto de aquello que acababa de pasar. "Cuando sea más sabio lo entenderé", pensó.
A la semana, el lama volvió a convocar Tontolculo y le repetió la misma pregunta: "Confías en mí?". "Sí, maestro", contestó. De repente, el lama cogió un bastón y le golpeó el cráneo pelado hasta que se cansó. Aturdido, Tontolculo repitió: "Cuando sea más sabio lo entenderé".
Pasados unos días, el abad del monasterio volvió a llamar a Tontolculo, que tenía un ojo morado y la cabeza llena de chichones. "Tontolculo -dijo el lama-, ¿confías en mí?". "confío, maestro", dijo el novicio. Entonces el lama cogió una caña resquebrajada y... Bien, esto es mejor no explicarlo.
En todo caso, hace falta recordar que, según cómo, con una caña resquebrajada se pueden hacer cosas que hacen mucho y mucho daño. Dolorido y escaldado, en un sentido tanto psíquico como físico, e incluso filosófico, Tontolculo se consoló diciendo: "Cuando sea más sabio lo entenderé". pasaron los años, y aquel joven novicio llegó a lama. Pero, a pesar de meditar cada día, nunca llegó a entender qué le había querido decir el maestro.
Dicen que Tontolculo se reencarnó en un catalán.
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