LAS CALAVERAS DE CIORAN


Dicen que la infancia ya no es lo que era. Que los niños pequeños han cambiado las chapas y el corro de la patata por los videojuegos ultraviolentos. Pero los que denuncian que la inocencia infantil ha pasado a mejor vida, tal vez deberían conocer la afición favorita de Emil Michel Cioran (Răşinari, 1911-París, 1995) en su primera década de vida: "Jugar al fútbol con las calaveras del cementerio ". Qué menos se podía esperar del gran filósofo nihilista, del rey de los pensadores pesimistas, "el auténtico portador del mal agüero", del transilvano que escribió aforismos vitalistas del tipo: "Creo en la salvación del hombre, en el futuro del cianuro ".

Su gusto por expulsar osamentas se revela en el apocalipsis según Cioran, documental inédito en España que se presenta hoy en el Instituto Cultural Rumano, en unas jornadas sobre el centenario del nacimiento del autor de Breviario de podredumbre.

"Los únicos temas que importan son la muerte y la inutilidad"

La película se apoya en una entrevista a Cioran realizada del 18 al 20 de junio de 1990 en su casa parisina del Barrio Latino, "un apartamento modesto donde se gestó una de las obras más inquietantes del siglo XX", según Gabriel Liicianu y Sorin Iliesiu, directores del filme. Un refugio vetado durante décadas a las cámaras de los periodistas. El apocalipsis según Cioran es, por tanto, un documento histórico sobre una de las personalidades culturales europeas más elusivas de los tiempos modernos. 

Hacía unos meses que Cioran, exiliado en Francia desde los años treinta, había decidido dejar de escribir. Justo a los 80 años, explicó sus motivos para poner el freno: "Todos los escritores han escrito demasiado. Hasta Shakespeare escribió exageradamente. Mi destino ha terminado. Hace un año sentí que algo se había roto dentro de mí. Había perdido intensidad. Y para escribir, lo importante es la intensidad de las emociones. Siento una mezcla de cansancio y aversión hacia la escritura. Me he aburrido de calumniar al universo. Ya no creo en las palabras ".

"Cada vez que oigo hablar de mi obra me dan náuseas", explicó el autor

Cioran carga en el filme contra una de sus bestias negras, el circo literario francés, a quien culpabiliza también de su retirada. "Uno no puede escribir un libro como de la inconveniencia de haber nacido y después aceptar un premio literario. Me repugna el espectáculo de los galardones parisinos", razonó el escritor, que escupe bilis cada vez que oye hablar de "su obra ", un término que le produce" náuseas ".

El rechazo a los premios y a la gloria literaria casa con su idea de la escritura como imperativo fisiológico: "He escrito todos mis libros por razones terapéuticas. Escribir ha sido una necesidad y una liberación. Todos los estados depresivos por los que he pasado podían haberme llevado a la locura o al fracaso estrepitoso de no haberlos trasladado al papel ".

Cioran recordó que la "muerte y la inutilidad" son los dos únicos temas que importan. Su obsesión mortuoria se remonta a su infancia en Răşinari, aldea de pastores que se vio obligado a abandonar a los 10 años. Nunca superó el trauma. "Sentí que todo en mi vida se había destrozado. Que era un condenado a muerte", recordó.

El pensamiento de Cioran me causó un profundo impacto en leerlo ahora hará siete u ocho años, gracias al buen amigo Pep Ribal Serra, que tradujo al catalán y editar de su propio bolsillo, el Breviario de putrefacción y de la inconveniencia de haber nacido. Cioran, es el filósofo con mayúsculas, con nulo sentido del humor pero con una fina y sangrienta ironía y hacia concesión a la banalización o comercialidad de sus ideas. Considerado por muchos el apologista del suicidio, murió - para hacerlos quedar en entredicho, o por contradecirse a sí mismo - a los 84 años y en la cama, en una de las ciudades donde sólo deberían morir los poetas. París. Aquí tenéis una recopilación de sus aforismos, leedlos si os apetece.

"Cuando se ha salido del círculo de errores y de ilusiones en el interior del cual se desarrollan los actos, tomar posición es casi imposible. Se necesita un mínimo de estupidez para todo, para afirmar e incluso para negar.

Todo lo que me opone al mundo me es consustancial. La experiencia me ha enseñado pocas cosas. Mis decepciones me han precedido siempre.

Para poder vislumbrar lo esencial no debe ejercerse ningún oficio. Hay que permanecer tumbado todo el día, y gemir...

Existe un placer innegable en saber que lo que se hace no posee ninguna base real, que da lo mismo realizar un acto que no realizarlo. Sin embargo, en nuestros gestos cotidianos contemporizamos con la Vacuidad, es decir, alternativamente ya veces al mismo tiempo, consideramos este mundo como real e irreal. Mezclamos verdades puras con verdades sórdidas, y esa amalgama, vergüenza del pensador, es la revancha del ser normal.

No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos qué forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente como el Tiempo.

Imposible asistir más de un cuarto de hora sin impaciencia a la desesperación de alguien.

La amistad sólo resulta interesante y profunda en la juventud. Es evidente que con la edad lo que más se teme es que nuestros amigos nos sobrevivan.

Podemos imaginarlo todo, predecirlo todo, salvo hasta dónde podemos hundirnos.

Lo que aún me apega a las cosas es una sed heredada de antepasados que llevaron la curiosidad de existir hasta la ignominia.

Cuánto debían detestarse los trogloditas en la oscuridad y la pestilencia de las cavernas. Es normal que los pintores que malvivían en ellas no hayan querido inmortalizar el rostro de sus semejantes y hayan preferido el de los animales.

«Habiendo renunciado a la santidad...» -¡Pensar que he sido capaz de escribir semejante enormidad! Debo sin embargo tener alguna excusa y espero hallarla aún.

Fuera de la música, todo, incluso la soledad y el éxtasis, es mentira. Ella es justamente ambos, pero mejorados.

Podemos estar orgullosos de lo que hemos hecho, pero deberíamos estarlo mucho más de lo que no hemos hecho. Ese orgullo está por inventar.

si quereis más....aquí.

Cioran tenía motivos para añorar un "paraíso terrestre" del que fue arrancado en su "momento de plenitud", cuando "iba al cementerio después de cada entierro" y el enterrador le "complacía" con una nueva calavera. El éxtasis infantil llegaba cuando el pequeño Cioran "lanzaba la calavera en el aire y corría a coger", como rememoró en el filme, con una sonrisa cándida en la cara. Conclusión: Emil Cioran, genio y figura hasta la sepultura. (*)


(*) Una parte de este texto está sacado del digital de Público.

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