EL TELEGRAMA


El telegrama que acababa de recibir no terminaba nunca. Todas mis pretensiones y mis insuficiencias estaban ahí. Aquel defecto apenas sospechado por mí estaba designado, proclamado. Qué penetración y qué minuciosidad. Al cabo de la interminable requisitoria, ningún indicio, ninguna huella que permitiera identificar a su autor. ¿Quién podría ser y por qué esa prisa y ese recurso insólito? ¿Se le han dicho a alguien sus verdades con semejante rigor? ¿De dónde surgió ese justiciero omnisciente, ese inquisidor que no me otorga ninguna circunstancia atenuante, ni siquiera la que se le reconoce al más feroz de los verdugos? También yo he podido fallar, también yo tengo derecho a alguna indulgencia. Retrocedo ante el inventario de mis defectos, me sofoco, no puedo soportar ese desfile de verdades... ¡Maldito envío! Lo hago trizas, y me despierto...

E.M. CIORAN

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