Ya no escribo en los cafés, ahora lo hago en mi despacho, con mi pluma. Debo de ser la última generación que escribe a pluma. Pero si me obligaran a hacerlo en un café, sería capaz, puedo escribir en cualquier sitio. Lo de la pluma es porque el hecho de escribir es ya algo tan abstracto que tengo la necesidad de un objeto sólido que me ancle a la materia; si no, todo es muy virtual.
Escribo a trozos, del mismo modo que trabajo la memoria, de forma completamente discontinua, sin arquitectura. En el siglo XIX, las novelas se construían como una catedral. Pero esto mío son unos trocitos. Como en la memoria, las cosas vienen a golpes, de repente, desordenadamente.
Cuando empecé a escribir todo era muy difícil, muy penoso, trabajaba frase a frase, era un martirio, no era capaz de escribir una primera versión rápidamente, como hago ahora y después corregir. No encontraba momentos de reposo, no había descansos, en las páginas se apelmazaban las letras, sin espacios en blanco. El texto no conseguía encontrar su respiración, era asfixiante.
En el café de la juventud perdida hablo de las zonas neutras de París. Son cosas raras, no man’s land, lugares imposibles de definir con precisión, barrios en los que uno no sabe si está o no en París, espacios que no se corresponden con su entorno, zonas fuera de lugar, incoherentes. Eso es algo evidente en Berlín y en otras ciudades bombardeadas. Por ejemplo, en los 70, el espacio donde hoy tenemos el museo Pompidou era un terreno vago, un gigantesco solar aparecido por los inmuebles destruidos tras la guerra. Era como un agujero brumoso, impreciso, en medio de una gran ciudad.
No me relaciono con otros escritores. Alguien que escribe está encerrado en su universo, en una campana de vidrio, es terrible. Me han dado siempre pena esos encuentros entre grandes escritores, por ejemplo cuando Joyce se vio con Proust, en un episodio patético porque no llegaron casi ni a hablarse. Es una paradoja pero podría hacerle una larga lista de escritores que se han encontrado y ni siquiera se han comunicado. Es muy triste, es como si levantáramos una muralla, somos un poco autistas. Debe de haber gente, no necesariamente en Francia, que trabaje en una línea parecida a la mía, pero no los conozco y si les conociera no sabría qué decirles.
PATRICK MODIANO en La Vanguardia, 15 de febrero, 2009
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