A menudo cuando subo con la bicicleta hacia Matadepera, antes de llegar a San Juliá d'Altura me fijo en el monolito de la fotografía, y me pregunto quién debía ser Mossen Clausellas. Aquí encontrareis toda su historia de la que os cuento a continuación la parte final. Un final que nos enseña que en la guerra no hay buenos ni malos, que todos son malos, y los 'rojos' la CNT, la FAI, el POUM, o sus milicias también mataban a inocentes, no sólo lo hacían los franquistas.
“¡Es un cura! ¡Eso sólo puede hacerlo un cura!”
El día 28 de julio uno de los viejecitos cayó
al suelo
desmayado, y Mosén
Clausellas,
que estaba cerca,
corrió a socorrerle. Se sentó
a su lado,
puso
la cabeza del anciano sobre sus rodillas, y al tiempo que le acariciaba, los
labios de Clausellas parecía que
en silencio
susurraban una oración.
Una
de las nuevas
enfermeras,
extrañada
,
dijo:
-
¿Quién es éste, y qué hace aquí?
Una Hermana le dijo:
-
“
Es un señor retirado que vive en el asilo”
; pero la enfermera replicó:
-
“¡No,
ést
e
es un cura! ¡Eso sólo puede hacerlo un cura!, “si
este viejo hubiera sido como los demás, aunque fuera más distinguido, no habría
actuado así fermera replicó:
Mosén Cayetano
había sido descubierto por su amor a los ancianos. Se
cumplía el mandato de Jesús:
“En esto conocerán que sois mis discípulos, si os
amáis unos a otros”
(Jo.13.35).
Su caridad
con
sus ancianos le traicionó
-
mejor
diremos que le glorificó
-
abriéndole la puerta
a
su martirio, dando así con
su testimonio la mayor gloria a Dios que puede darle un hombre.
Enterados los nuevos dirigentes del asilo de su condición de sacerdote, le prohibieron formalmente ejercer su ministerio entre los ancianos. Se volvió a
su casa
-
de la que tapiaron la puerta
de comunicación
con el asilo
-
a pasar su viacrucis hasta
llegar
a
l Calvario.
A primeros de agosto vio desde la ventana como destruían el altar y los
objetos de culto de la capilla, pero su mayor conmoción la sufrió el día 7
al saber que había muerto una ancianita. Era la primera de su gran familia
que en los 20 años en que había sido capellán
moría en el Asilo sin su asistencia
ni
el consuelo que dan los Sacramentos de la Santa Madre Iglesia.
Consternado, dijo proféticamente:
“Si no puedo cumplir ya mi
misión, estoy
de más en este mundo.”
Mosén Clausellas se preparaba para el martirio, pues lo deseaba. Le dijo a
la Hermana Rosa: “Seamos muy generosos con Nuestro Señor ¡Qué dicha tan
grande la nuestra si pudiéramos dar la
vida por Él y sellar nuestra fe
con nuestra
sangre!”.
A quienes le aconsejaban se
escondiese
,
les contestó:
“¡No, mi sitio
está
aquí,
lo más cerca posible de mis ancianos desamparados, soy su viejo capellán ahora también desamparado, aquí
me quedo, y
que se haga la voluntad de
Dios!
El día 14 de agosto de 1936. El
Comité de Sabadell acuerda su muerte
en la Vigilia de la
Asunción
El 13 de agosto unos milicianos registraban su casa“¡
en busca de armas!
”Se supo que tramaban asesinarlo y le avisaron, pero no quiso
marcharse.
Sus amigos intercedieron
en vano
por su vida ante
el alca
l
de
José Moix
,
conocido sindicalista local.
Al atardecer del 14 de agosto, vigilia de la Asunción,
el
temido “coche
fantasma”
paraba ante su puerta. Tres milicianos le dijeron iban a llevarle a
sitio más seguro. Mintiendo, no
sabían que estaban diciendo algo muy verdadero.
Le sacaron de Sabadell y le condujeron por la
carretera de Matadepera. Pasado San Juliá de Altura se pararon junto al camino de las
Oliveras, y allí le asesinaron de dos disparos a
quemarropa. Su cadáver quedó
al borde del
camino hasta que en la mañana
de la fiesta de
la Asunción fue recogido y llevado al cementerio de Sabadell. Tenía el cráneo destrozado.
En sus bolsillos sólo le encontraron su rosario,
su crucifijo, un pañuelo y una moneda de una
peseta. Atados al cuerpo se veían los cordones de
terciario franciscano manchados de
sangre.
En el monolito, que los sabadellenses han colocado en su memoria
reza esta inscripción:
“Sacerdote humilde, pobre y amigo de los pobres,
capellán de los ancianos desamparados, moría
desamparado,
de muerte la más
gloriosa, como
está escrito en la lápida sobre su tumba: “confesando la fe de Cristo.”
No puc acabar de llegir aquests relats. I en són molts milers. El meu reconeixement per publicar-lo. També em resulta dificil entrar en el debat absurd d bons i dolents
ResponderEliminarno hi havia bons Criteri, a les guerres mai hi ha bons, nomès victimes
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