PERSPECTIVA NEVSKI



Al salir, pasadas las doce, la noche era blanca. La Nevski estaba inundada de luz, vacía y silenciosa. Con Valeri paseamos por el muelle del río Fontanka y por el Canal del Cisne. En el Campo de Marte, grupos de jóvenes se calentaban junto a la antorcha encendida en recuerdo de los revolucionarios de 1917. Hacía frío bajo la serena y, hacia las dos volvimos al hotel. Pero yo no quería perderme una madrugada que ya no volvería nunca más y, tras desearle buenas noches a Valeri, volví a salir. La diejurnaia me miró mal. Y yo me sentía como una colegiala.
Paseé, primero, por la Nevski, irreal como un paisaje lunar. Todo estaba lleno de fantasmas: los que no querían quedarse en casa y preferían la luz. Los borrachos bailaban en el jardin del Almirantazgo, bajo la aguja dorada, nadie se metía con ellos, ellos no se metían con nadie. Lejos se oían los acordes tristes de una guitarra.
Frente a la plaza de Invierno había una larga fila de coches parados. Todo de gente se acercaba al río, como si esperaran un fenómeno. Miraban hacia el Neva, silenciosos, sin inquietud. Entonces, el puente del Palacio se levantó como dos brazos que implorasen al cielo. Y un barco pasó por debajo. Tranquilamente. En un instante, la naturaleza y la mente humana se reconciliaban. Como si el universo hubiera reencontrado la armonía perdida. No había pasado, ni Historia, ni miedo. La ciudad acababa de nacer, hecha río y cielo, luz y puente, barco y gente. Todos una sola cosa. Un cosmos único, sin grietas. Y pensé que, en un segundo, había visto la eternidad ...

L'Aguja Dorada (fragmento) - Montserrat Roig

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