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Sólo unos días antes del ataque norteamericano al hospital de Médicos sin Fronteras en Kunduz, los medios de comunicación norteamericanos destacaban que los rusos no estaban utilizando ‘bombas inteligentes’ (es decir, guiadas por láser) en su campaña de bombardeos en Siria. La conclusión era obvia: las posibilidades de ataques indiscriminados contra civiles eran mucho mayores.
La destrucción del hospital en Afganistán –con la muerte de 22 personas entre médicos y pacientes– se ha convertido así en una especie de sarcasmo sobre la capacidad tecnológica de EEUU y las líneas maestras de su propaganda de guerra.
Puede ocurrir que sea la precisión de ese armamento es lo que garantiza que se produzcan víctimas civiles. Al final, todo depende de la decisión del que aprieta el gatillo y de las prioridades del alto mando militar: es imperativo proteger a tus soldados, aunque eso signifique poner en peligro la vida de la población que supuestamente dices defender.
Kunduz había caído en manos de los talibanes unos días antes en una demostración de que el Ejército y la policía afganas, reconstruidos por EEUU y sus aliados europeos, eran incapaces de asegurarse el control de las grandes ciudades del país, al igual que ha ocurrido en Irak. La defensa de la segunda ciudad del norte del país se vino abajo sólo por el ataque de unos centenares de talibanes en lo que no podía definirse como un ataque sorpresa, ya que esa amenaza existía desde hace meses.
La recuperación de la ciudad sólo era posible con el apoyo aéreo norteamericano y la presencia de tropas de las Fuerzas Especiales de ese país. Estaba en juego la reputación del Gobierno afgano y la política de defensa del Gobierno de Obama, que había sostenido que la retirada de la mayor parte de sus fuerzas militares no provocaría un aumento de la inseguridad gracias a la preparación de las fuerzas de seguridad afganas.
Sacar a los talibanes de Kunduz –lo que el Gobierno iraquí no ha conseguido en Mosul– se había convertido en la máxima prioridad. Todo lo demás era secundario.  Y eso incluía la protección del hospital de MSF, a pesar de que el derecho internacional considera que el ataque a un centro sanitario es un crimen de guerra.
La primera versión oficial de EEUU incide en el escaso valor que en Washington se da a este último punto. Se había atacado un lugar (cuyas coordenadas exactas eran conocidas) desde el que se estaba amenazando a las tropas estadounidenses y eso “había ocasionado daños colaterales en una instalación médica cercana”.
Como pudimos apreciar en el ataque al Hotel Palestina en Bagdad, de entrada había datos falsos. El bombardeo fue dirigido exclusivamente contra el hospital y se prolongó durante al menos media hora. No fue un solo misil o bomba el que impactó en el edificio. Ningún edificio cercano se vio dañado de forma significativa.
La primera versión siempre es genérica y no suele aportar más que uno o dos datos. Después, es habitual en estos casos que fuentes militares anónimas den a los medios algo más de información.
En este caso, se ha dicho que un avión AC-130 fue el responsable del ataque y que respondía a un llamamiento de ayuda de tropas norteamericanas. El jefe de las fuerzas militares de EEUU en Afganistán ha dicho que esos soldados estaban siendo atacados“desde las cercanías” del hospital.
El Gobierno afgano, con muchas ganas de justificar el bombardeo, llegó a decir que los talibanes estaban disparando desde el interior del edificio, que lo habían asaltado y que utilizaban a su personal como “escudo humano”. Es una versión que se repite por defecto en estos casos y con la que se intenta justificar cualquier carnicería.
El ataque se produjo poco después de las dos de la mañana. A esa hora en el hospital se estaba realizando al menos una operación (el paciente murió en el ataque), pero la mayoría de los médicos y pacientes estaban dormidos.
Los testimonios del personal indican que esa noche no hubo disparos ni actividad militar de ningún tipo ni en el hospital ni en sus cercanías. Nadie se va a dormir en una situación así, aún menos si el edificio ha sido tomado por un grupo de hombres armados. En la última semana, habían escuchado explosiones en esa zona de Kunduz, pero nunca demasiado cerca.
El primer día de su llegada a la ciudad, los talibanes habían estado brevemente en el hospital, probablemente sólo para que les fotografiaran y que hubiera pruebas de que controlaban esa zona. El hospital sí había atendido a talibanes heridos en los últimos días, porque MSF, como otras ONG, no hace distinciones entre combatientes o civiles heridos.Están ahí para salvar vidas, no para ganar guerras o servir a los intereses de un Gobierno o grupo insurgente. Eso les había costado críticas del Gobierno de Kabul y una incursión hace unos meses de soldados afganos en el hospital a la búsqueda de un supuesto miembro de Al Qaeda que no apareció por ningún lado.
La misma presencia de MSF en Kunduz era un ejemplo de la incompetencia de Kabul. El hospital que gestionaba la ONG era el único centro sanitario que merecía ese nombre en una ciudad de unos 300.000 habitantes. La reconstrucción de la ciudad era inexistente, al menos en lo que es responsabilidad directa de un Gobierno, y la corrupción, tan extendida como en otras regiones de Afganistán.
Con independencia de lo que salga de la investigación del ataque, lo mínimo que se puede decir es que no se trata de un hecho aislado. No es un accidente. La lista de asaltos y agresiones sufridas por el personal de MSF allí por parte de todos los beligerantes es numerosa. Este amplio informe de MSF detalla los obstáculos a los que se ha enfrentado la organización en Afganistán desde hace décadas, y en especial desde 2001:
“Un factor que contribuye al deterioro de la asistencia humanitaria independiente es la total falta de respeto al personal sanitario y sus instalaciones mostrada por todas las partes beligerantes del conflicto. Hospitales, clínicas y personal médico han sido atacados por grupos armados como los talibanes, mientras que el Gobierno afgano y las fuerzas internacionales han asaltado y ocupado en repetidas ocasiones las instalaciones sanitarias. Un segundo factor ha sido la cooptación del sistema de ayuda por la coalición internacional, a veces con la complicidad de la propia comunidad de organizaciones de ayuda, hasta el punto de que es difícil distinguir los esfuerzos de ayuda de la actuación militar y política”.
Los talibanes ven en su mayoría a los miembros de MSF y de otras ONG como enemigos al considerarlos una parte de la presencia occidental y creer que están al servicio de las fuerzas extranjeras. EEUU y el Gobierno de Kabul acaban por confirmar esos prejuicios cuando consideran que la ayuda humanitaria es un elemento fundamental de la guerra contra los insurgentes e intentan obligar a las ONG a que colaboren de una forma u otra en sus planes bélicos. ELDIARIO.ES
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