“Si todo el mundo hiciera lo que le diera la gana, esto sería un caos. Las calles se llenarían de criminales que camparían a sus anchas. Nadie querría trabajar y pronto el hambre y las enfermedades aparecerían provocadas por el desorden y la consiguiente carestía”.
Estas son algunas de las múltiples consecuencias apocalípticas que según los defensores del orden establecido –es decir, del capitalismo–, se cernirían cual plagas sobre el mundo “si todo el mundo hiciera lo que le diera la gana”. Sin embargo, ese supuesto, tan temido por unos como deseado por otros, “que todo el mundo hiciera lo que le diera la gana”, se pervierte conceptualmente al ser enunciado por una de las partes, la que por miedo o conveniencia defiende el arbitrario orden establecido que padecemos, en el cual “hacer lo que a uno le da la gana” está reservado a una minoría en detrimento tanto de las necesidades como de los legítimos deseos del resto, ya sean colectivos o personales. Ni que decir tiene que estos terroríficos desastres, los que sobrevendrían “si todo el mundo hiciera lo que le diera la gana”, son aviesamente vaticinados por la mencionada minoría privilegiada y coreados por sus oportunistas o atemorizados prosélitos. Sin embargo, sin necesidad de situarnos en imaginarios futuros, simplemente observando el acontecer presente, se diría que dichos vaticinios ya se han cumplido con creces, aunque, eso sí, con resultados letalmente desiguales. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos, que los criminales no sólo han colmado ya las calles, sino que han erigido sus propias instituciones: bancos, gobiernos, ejércitos, cárceles, escuelas, fuerzas del orden..., y que el devastador caos desatado por su “orden” ha dado lugar a que las amenazantes plagas por ellos vaticinadas, crimen, hambre, guerra, expolio, carestía, enfermedad y muerte, alcancen hoy la totalidad del globo.
Contemplad a lo que puede dar lugar la mentira legalizada, abanderada, uniformada y repetida machaconamente durante siglos.
LOAM - ARREZAFE
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