La escritora Luisa Etxenique (San Sebastián, 1957) habla de ecología lingüística, como también podría hablar de ecología cultural o del pensamiento. Una reflexión que nace de la constatación de la desertificación que avanza en determinados campos que considera fundamentales, el de la cultura, el pensamiento, el arte, y la creación intelectual, y que tiene que ver con un empobrecimiento del lenguaje. Como en la selva amazónica dice, las palabras también se expolian, se violan, se maltratan, y hay que cuidarlas. No es lo mismo poseer 1.000 palabras que 40.000. Nuestra relación con el lenguaje es básica en nuestras vidas, tiene un sentido emancipador.

Es que al mismo tiempo que hablamos de la falta de siembra en el lenguaje, hay que citar la manipulación del mismo, acompañado por un conformismo con la ausencia de matiz, con la brocha gorda, con la perversión de los conceptos. Lo que dice de las apropiaciones indebidas del lenguaje, que es decir las cosas por nombres que no les corresponde. Todo forma parte del mismo conjunto que nos hace vulnerables a cualquier tipo de manipulación. Es fundamental tener el otro lado un receptor que sepa distinguir lo que le cuentan. Y no sólo es responsabilidad de la escuela, también los medios de comunicación que no informan con el rigor que corresponde, o los discursos públicos que no preconizan el el matiz, el hilar fino en la expresión.

Cuando habla de ecología lingüística, Etxenique habla de ecologismo de las lenguas, sin duda: lo que amenaza a una lengua, amenaza al resto. Creo que es una situación que se vive en todas partes, aunque bien es verdad que hay sistemas educativos que lo ven más claro e intentan combatirlo. Cuando alguien cruza la frontera o se coloca delante de la ciudadanía francesa en el ámbito que sea, se queda maravillado ante lo bien que hablan. 
Está claro que el sistema educativo y el debate público franceses están más preocupados por la calidad de la lengua que lo que tenemos en este lado de las fronteras... crónica viva