NÁUFRAGOS DEL TIEMPO-EJE


El título de este discurso rinde homenaje a un hermoso texto de Constantino Cavafis, el poeta de Alejandría. Dice así, con evidente inspiración
neoplatónica:

Para pisar este peldaño/
has de ser ciudadano,/
en su plenitud de derechos,
de la Ciudad de las Ideas./
Y es difícil estar en esa ciudad/
y raro que en ella te censen (…)

Pero he aquí que, desde esta Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, tropezamos ya en el primer momento con una grave dificultad. En efecto, los habitantes iure proprio de la Ciudad de las Ideas son las figuras geométricas, esa metáfora de la eternidad que los hombres han inventado, como decía Ernesto Sábato, . La eternidad nos seduce precisamente por su condición supraterrenal. Nosotros, en cambio, estamos constreñidos sin remedio por el espacio y el tiempo, las categorías a priori kantianas de la sensibilidad, externa e interna, respectivamente.
En efecto, la política es otra cosa. Solo existe en el ámbito falible y limitado de la contingencia, porque nuestros conceptos no viven en un laboratorio aséptico y la realidad del poder se proyecta siempre aquí y ahora, desplegando la eficacia constitutiva de las normas, es decir, creando realidades donde antes no existían. El término “hipotenusa” deja indiferente al triángulo rectángulo. En cambio, llamar “nación”, “nacionalidad” o “región” a un determinado territorio produce consecuencias muy relevantes. Si se quiere, otra vez con Platón, esos conceptos políticos actúan como una mera sombra de las Ideas perfectas, inmutables y eternas.
En pleno siglo XXI, el problema reside en que hemos perdido la noción del espacio y el tiempo. Somos náufragos del Tiempo-Eje, por utilizar la famosa expresión de Karl Jaspers. Tecnologías de la información y revolución de las comunicaciones convierten en (parcialmente) cumplida la profecía sobre la “aldea global. En cuanto al tiempo, los datos son abrumadores, de tal modo que invitan a la humildad mucho más que a la soberbia.
Me temo que somos poco sensibles a la cronología, pero a veces conviene pararse a pensar. Los científicos más solventes consideran que el universo existe desde hace quince mil millones de años. La tierra ha cumplido, tal vez, cinco mil millones. El ser humano apareció hace poco: entre cinco y seis millones. Hace un rato, en el período magdaleniense, el mayor artista de la prehistoria pintó los
bisontes en la sala de polícromos de Altamira: han pasado solo catorce mil años. A pesar de los hechos concluyentes, nos puede la vanidad y somos incapaces de asumir los límites de la razón humana.
La grandeza y la servidumbre de la razón aplicada a la Política (esta vez con dignísima mayúscula) son el objeto de esta disertación académica. Por eso, el primer capítulo está consagrado a los intelectuales,
sensu lato; en particular, a quienes, implacables con las debilidades de la especie, ejercen de “profesionales de la razón pura”, según la inteligente descripción de Ortega. La política es el espejo de la vida. El ser humano es falible y limitado, pero puede ser solidario y valiente. Una y mil veces desengañado, concibe nuevos y ambiciosos planes para reconstruir su vida personal. A pesar de la experiencia abrumadora en contrario, tampoco renuncia en el ámbito social a ese idílico paraíso evocado por palabras hermosas: paz, justicia y libertad. Somos así, por fortuna. La política es fuente de anhelos y expectativas frustradas, espacio para la proyección de un ser que aparenta la condición de animal social por naturaleza. Aparenta, en efecto: la realidad desmiente a Aristóteles, pero solo a medias. Porque, individualista en el fondo, acaso egoísta sin remedio al modo hobbesiano, el hombre prefiere seguir el nomos cuando tiene que vivir de cara a sus semejantes. El nomos, digo: la convención, mucho más que la norma en sentido estrictamente jurídico-positivo. Guarda para sí ciertos secretos que solo desvela con prudencia y de forma selectiva. Templo sagrado: nadie (y el Estado menos que nadie) tiene derecho a violentar esa intimidad inalienable, reducto de unas cuantas esperanzas ante las que no cabe fingir ignorancia o indiferencia. Por eso, al margen de debates ideológicos o identitarios, el tema de nuestro tiempo es acaso la supervivencia de la privacy frente a la voracidad mediática y las tecnologías invasivas. Con la perspicacia de los pioneros, ya lo advirtieron Samuel Warren y Louis Brandeis hace un siglo bastante largo.
Pero aquí hablaremos únicamente del espacio público, allí donde la hipocresía bien entendida es un factor de civilización y las maneras hacen llevadera la vida en sociedad. En comunidad, me temo, resulta mucho más difícil vivir. La democracia empieza por la buena educación. Se sustenta sobre la ética weberiana de la responsabilidad. No sirven de nada los desahogos personales, incluso (peor todavía) cuando responden a buenos propósitos. Esa responsabilidad alcanza principalmente a las clases ilustradas. Tenemos el deber (patriótico, si se quiere) de superar viejos rencores, expresiones sesgadas, tópicos peyorativos, desprecios implícitos... La especie humana tiene una capacidad insuperable para hacer daño a sus semejantes, ya sea de palabra o de obra.
Un intelectual busca su anclaje en el mundo de las ideas y, aunque sea mucho pedir, no debería tener problemas de identidad. Nuestro deber es poner freno a los bárbaros, de aquí y de allá. Por eso debemos apelar a la responsabilidad de un gremio incómodo (por definición) consigo mismo.
Esta es la tarea que incumbe a filósofos, a juristas y politólogos, a sociólogos y economistas, dispuestos a pensar desde los requisitos de la libertad y la generosidad, más allá de los profesionales o expertos llamados a ofrecer soluciones eficientes a problemas complejos. Por ello, “busquemos solamente lo posible...”, decía Jeremy Bentham, el filósofo de la escuela utilitarista que tanto influyó en los años de mi formación doctoral. Solo lo posible. Vamos a intentarlo, porque en la España contemporánea hacen faltas grandes dosis de sensatez y moderación, con expresa renuncia a las soluciones mágicas y las preferencias excluyentes.

DISCURSO DE RECEPCIÓN DEL ACADÉMICO DE NÚMERO EXCMO. SR. D. BENIGNO PENDÁS GARCÍA SESIÓN DEL DÍA 2 DE DICIEMBRE DE 2014 - MADRID REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS. pdf

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