Geert Wilders no ha ganado, y el bienpensante catalán y de todo, que se considera a sí mismo antirracista pero es sobre todo liberal -se autoproclame de izquierdas o de derechas-, resopla aliviado y titula "Hemos cerrado el paso al diablo" o cosas similares. Y yo tengo arcadas desde primera hora de la mañana de ayer, lo siento. Desde que sonó el despertador no pude parar de pensar que es el nuevo racismo cosmopolita, como la llama Manuel Delgado, el que celebra la primera derrota parcial de la extrema derecha en Europa.

El moralismo ciudadanista se está haciendo fuerte en nuestro país en el campo del antirracismo; llena estadios para acoger refugiados, donde grupos de música muy multiculturales y muy enrollados venden CDs muy filantrópicos, mientras periodistas muy tolerantes hacen crónicas a pie de frontera, el cielo se pinta de tolerancia, y el racismo se señala como una expresión de unos pocos extremistas, casi herederos de los skinheads, pero con mejor indumentaria. Strauss (2000) lo llama reductio ad hitlerum, y Delgado lo expresa perfectamente cuando dice que el moralismo ciudadanista consiste en hacer proclamas contra una amenaza racista reducida a la actividad de partidos o grupos acusables de xenófobos, pero raramente señala con el dedo a los mecanismos sociales de dominación vigentes que lo originan.

"El racismo es un problema de cultura!", Brama la progresía antirracista. Hay diálogo, mediadores culturales y baños de ética. Por cierto, algún día hablaremos extensamente los mediadores; hipotecarios, multiculturales, y de todo tipo. Sesudos librepensadores, siempre preñados de un desprecio de clase hacia la turba mediocre que necesita ser mediada por redimir su falta de cultura del diálogo, siempre atentos para rebajar todo conflicto social en una reunioneta civilizada donde realizar los principios democráticos universales que rigen - sólo a su cabeza- un capitalismo que ha vuelto a tasas de desigualdad de los años 30 del siglo pasado. Todo muy mediable.


Son los mismos antirracistas que llevan a sus hijos a escuelas céntricas con la excusa de un supuesto modelo pedagógico, cuando lo que buscan son los privilegios de la segregación. El mismo antirracismo moralizante del PDeCAT, que no tiene ningún problema en proclamar la virtud de la convivencia, mientras se empeña en criticar Trump y Le Pen, pero que acaba de trinchar la tutela efectiva para miles de personas que en nuestro están ocupando pisos, acelerando los desahucios, mientras acompañan a sus hijos blanquets a empaparse de solidaridad en un Sant Jordi donde, el problema, resulta que es Jordi Évole. Los mismos que en seis años no hemos visto pisar ninguna asamblea de la PAH en Sabadell, llena de personas de todo el mundo, catalanas y refugiadas y olvidadas en nuestra casa, con hijas durmiendo en coches, que no han tenido la suerte de ser el fetiche solidario de moda, como lo fue el Foro de las Culturas y ahora lo es la solidaridad con las refugiadas. Los mismos que pertenecen a organizaciones dichas revolucionarias donde nunca he visto ni una persona que no sea blanca y catalana.Pau Llonch - directa.cat

  • "Lo que puede parecer una buena acción, puede ser sólo una apariencia /Un acto no puede ser honroso si no pretende/ cambiar el mundo radicalmente. Bien lo necesita! /Y yo, impensadamente, llego como caída del cielo para los explotadores. /Ay, bondad nefasta! Sentimientos inútiles! " (Brecht, 1976)
  • El moralismo ciudadanista se está haciendo fuerte en nuestro país en el campo del antirracismo; llena estadios para acoger refugiados, donde grupos de música muy multiculturales y muy enrollados venden CDs muy filantrópicos.
  • Los que viven lejos de la miseria pontifican multiculturalismo mientras recetan liberalismo, que nada cambie demasiado, que viva la UE y que no me toquen el mío. Y todo no puede ser.