El señor Keuner y la marea

Caminando por un valle, advirtió de pronto el señor Keuner que sus pies chapoteaban en el agua. Y al punto se dio cuenta de que su valle era en realidad un brazo de mar y de que se acercaba la hora de la marea. Se detuvo de inmediato para ver si descubría alguna barca, y no se movió del sitio mientras la esperaba. Pero, al no aparecer ninguna, abandonó sus esperanzas y confió más bien en que el agua no siguiera subiendo. Solo cuando le llegó a la barbilla, abandonó también esta esperanza y se lanzó a nadar. Había descubierto que él mismo era una barca.

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El muchacho indefenso

Un transeúnte preguntó a un muchacho que lloraba amargamente cuál era la causa de su congoja.

—Había reunido dos monedas para ir al cine —dijo el interrogado—, pero se me ha acercado un chico y me quitó una —y señaló a un chiquillo que estaba a cierta distancia.

—¿Y no pediste ayuda? —preguntó el hombre.

—Claro que sí —replicó el muchacho, sollozando con más fuerza.

—¿Y nadie te oyó? —siguió preguntando el hombre, al tiempo que lo acariciaba tiernamente.

—No —gimió el niño.

—¿Y no puedes gritar más fuerte? —preguntó el hombre.

—No —replicó el chico, mirándolo con ojos esperanzados, pues el hombre sonrió.

—Entonces, dame la que te queda —dijo el hombre, y quitándole la última moneda de la mano, prosiguió despreocupadamente su camino.

Bertolt Brecht