Lunes por la tarde en la calle de Aragón. El sol no es de justicia pero la humedad es de una injusticia de las que mojan incluso el alma. Al carril derecho de la vía, entre Brezo y Roger de Llúria, el tránsito es más denso que el aire. Que ya es decir. Tanto, que los coches están parados. Hasta aquí aparentemente nada de excepcional en uno de las calles más transitadas de Barcelona. Pero una mirada con más detenimiento permite conjeturar que pasa algo, explican en el periódico. Los vehículos suben a la acera, rodean la pequeña plaza que hay delante de la iglesia de la Concepción y vuelven a salir. Lo hacen bendecidos. Pero no se llevan sólo un baño de agua bedita sino también una estampita, una medalla y una rama de espliego. Para los de la Eso, agua bendita es agua del grifo normal y corriente.

La pregunta es obligada. ¿A santo de que la procesión motora? La respuesta es sencilla para alguien con fe. El santo no es ningún otro que san Cristòbal, patrón de los viajeros desde antiguo y de los conductores desde hace menos. Y el lunes era su día. La cola de coches para ser bendecidos era larga, y diversa. También la de devotos que lo son por convencimiento, algunos, y por tradición, la mayoría. No en vano, los vínculos que unen el mártir, que se supone nacido a Canaan y con aspecto de gigante, con la ciudad vienen de antiguo. Basta con leer Joan Amades. Así uno sabe que, en 1592, el Consejo de Ciento lo invocó para acabar con la peste, y la peste se debería de acabar por que tocaba no por la intervención del Santo, por cierto, que uno duda de la salud mental y profesionalidad de los representantes del Consejo de Ciento si para acabar con la peste no se los ocurría nada más que acogerse a un Santo. 
La enfermedad se batió en retirada, y no lo hizo el santo, por supuesto. Amades también explica que los barceloneses creían que quién se bañaba el 10 de julio en el mar no moriría ahogado en todo el año, gracias a los poderes del santo, evidentemente. Y estaban convencidos que verlo daba suerte por toda la vida. Se supone que esto podía pasar la misma jornada. Porque era el día que san Cristobal llegaba a Barcelona y subía por las Ramblas con el niño Jesús sobre los hombros para evaporarse al final del paseo. De lo que se deduce que el tal Amades, se lo creía todo, puesto que nadie lo vió nunca, y eso que quizás fué Sant Cristobal el primer turista.

La cosa de bendecir fieles al volante o al manillar ha ido mucho de baja, quizás por que actualmente hay menos benditos a bendecir, y también por la carencia de eficiencia del Santo, pues su protección sobre los vehículos bendecidos es exigua. Además, poco a poco se le irá acabando el trabajo a San Cristobal, cada vez circularán menos vehículos por las ciudades (afortunadamente), y no sé yo si los híbridos y los eléctricos son dignos de ser bendecidos, pues no son coches en estado puro y contaminan menos. A ver si va a pasar cómo con lo del gluten en las hostias.
Son raros estos cristianos, adoran imágenes de yeso o madera, rezan a un Dios inexistente y llevan su coche a bendecir por un señor vestido de marjorette con falda larga, que además les ensucia el automóvil limpio para la ocasión echándoles agua bendita encima, el muy bendito.