Polifemo y la mujer barbuda, es el ultimo artículo de Gregorio Moran publicado por la vanguardia el 15 de julio, antes de despedirlo mediante un frío burofax.

POLIFEMO Y LA MUJER BARBUDA

No sé muy bien por dónde empezar, si por el huevo o la gallina. O lo que es lo mismo, sobre el cáncer o la paciente, porque se trata de un libro insólito donde los haya. Una mujer padece un cáncer de pecho, en realidad el considerado más peligroso de toda la variedad, es decir, un sarcoma, y con el añadido de tratarse de un sarcoma fibromixoide, terminología que me es completamente ajena, pero de la que me consta que es algo tan raro como que sólo se da en apenas unos centenares de personas en todo el mundo.

Escribir sobre el cáncer en un artículo de opinión tiene algo de provocación a unos lectores que en su mayoría siguen la tradición, que por cierto se practica en los grandes festejos gastronómicos del palacio de Buckingham, donde se consideraría una ruptura con el canon de la convivencia palaciega. No está permitido hablar de enfermedades durante el ágape aristocrático.


Polifemo y la mujer barbuda (Roca Editorial, 2016) es un texto que no alcanza las 150 páginas, escrito por una profesora políglota de la Catalunya profunda, de Súria, vecina a Manresa, que por esos azares de la vida, la familia, el trabajo y la voluntad, se apellida Fernández Díaz, y que ha sufrido antes de la desoladora enfermedad otra menos traumática pero no menos engorrosa. Apellidarse Fernández Díaz –como los hermanos Dalton de la política barcelonesa– y no pertenecer al cogollo oligárquico que lo per­dona todo salvo la ­modestia, y cuyas consecuencias pueden traducirse en despidos, desdenes, ninguneos y esas minucias sociales humillantes que no recibirán nunca los Vila d’Abadal, no los chorizos mafiosos como los Pujol o Millet. Desterrado el fanatismo euskaldún, por consunción, mucho maqueto reconvertido y demasiada sangre derramada, queda este nuestro, paleto, casteller y sardanístico, que ha llevaba a más de uno a retirarle poco menos que la cláusula de ciudadanía catalana al expresident Montilla. (Lo he presenciado en sesión de fuste). Nuestro problema, dicho sin ningún respeto, no está en la limpieza de sangre del racismo, sino en la herencia religiosa y burguesa que define a quien es “de casa” o charnego asimilado. La familia entre nosotros tiene mucho de siciliana, con permiso de los jefes fieles al canon de ser la sal de la tierra.

Lo que más me llama la atención en este libro es, aparte de una erudición apabullante, una reflexión hecha sin acritud, incluso con gracia, de elementos ligados al cáncer y su potente competidor, el sarcoma. Y lo que tiene más interés, todo aquello que la gente no sabe porque no quiere ni saber ni preguntarse. Esa falacia de la “calidad de vida”, invención publicitaria por la que cabría animar a las compañías farmacéuticas a instalar consultorios para cándidos. El comportamiento en ocasiones surrealista y otros cruel de algunos médicos como el que relata Fernández Díaz-Cabal –el Cabal es impostado para sobrevivir a las preguntas de los tontos y la inquisición de los listos–, que explica la singularidad del sarcoma fribromixoide, una rareza, en la metáfora del cortador de jamón. Como esta especificidad cancerígena no admite la radioterapia sino la cirugía, es decir, cortar en lonchas el pecho hasta que supuestamente quede limpio, el ilustre galeno, laureado y venerado, comparaba el asunto con los cortes del jamón.

Las lonchas deben quedar impolutas, sin la rebaba que deja la grasa, tan apreciada por los gastrónomos, porque hay una diferencia ajena a los legos según la cual lo más peligroso no son las heridas sino las cicatrices. Y dándole vueltas al tema, yo, absolutamente ignaro en cánceres y sarcomas, y puesto a desarrollar el malicioso juego de las metáforas, pienso que posiblemente sea cierto incluso en la vida común. Son más dolorosas, por dentro y por fuera, las cicatrices que nos deja la vida que las heridas que nos causan las peleas.


(Meseguer)
Polifemo y la mujer barbudaes un saco de saberes y de experiencias. Yo desconocía absolutamente que el autor de libro tan cursi y escurridizo como Peter Pan, de Arthur Lewelyn Davies, tortuoso personaje que escribía especialmente para las niñas, cuando daba la casualidad que sus cinco hijos eran varones, descubrió su sarcoma en la boca a los 43 años. O Bulgákov, el gran maestro de la literatura rusa y médico, que detecta en Berlioz un sarcoma pulmonar. Qué decir de Rimbaud, que muere por un sarcoma en la rodilla. ¿Y el suicidio de la gran poeta que fue Alfonsina Storni, que se echa a la mar ante la idea de su sarcoma?

Nadie nos lo había contado nunca, o sencillamente yo no me había enterado, porque el cáncer empieza a hacerse familiar pero ese hermano mayor de la enfermedad, el sarcoma, está ajeno a nuestro conocimiento. Cuenta Fernández Díaz-Cabal historias muy documentadas de tratos crueles de los médicos, como aquel que le espeta a una joven paciente: “Está usted muy mal. ¿Quiere ayuda psicológica?”. Y ella, con dignidad que la honra, responde: “Preferiría que me llamara un taxi para volver a casa”.

Nunca había pensado que nacemos horizontales y que llegar a ser verticales es un esfuerzo ímprobo. Es mi ignorancia. Igual puede ocurrir en un quirófano donde un torpe cirujano hace los cortes en horizontal, que tienen difícil arreglo, en vez de en vertical, que son más complejos y exigen mayor pericia.

Ahora bien, por encima de la fascinación cultural y humana que tiene este Polifemo y la mujer barbuda, hay momentos que exigirían un relato literario. Me limito a dos, uno que abre casi el libro y el otro que lo cierra. El primero es del veterano de la vida bien vivida, ochenta bien cumplidos, que soporta un interrogatorio, que no es otra cosa la visita médica, y empieza de esta guisa que no me resisto a transcribir:

“¿Ha padecido usted alguna enfermedad grave?”. “No, nada”. “Pero…¿lo que se dice nada? ¿Y cómo es que aquí consta que usted ha visitado un cardiólogo?”. “¡Aah, debe de ser cuando tuve un ictus!”. “¿Tuvo usted un ictus?”. “Sí. ¡Vaya qué cosas!”. “¿Cuándo fue?”. “En el 2005”. “¡Pero usted estuvo antes en un cardiólogo, según veo aquí!”. “Sí, por una arritmia”. “¡Vaya!... Entonces ¿toma usted Sintrom?”. “Sí, claro”. “¿Siempre?”. “Sólo la dejé de tomar durante la radioterapia”. El médico alucinaba, escribe la autora. “¿Le han dado radioterapia?”. “Sí, por un cáncer de próstata”… “Oiga caballero –exclamó el médico perplejo, ¿qué entiendo usted por ‘padecer algo grave’?”. El paciente sonrió y se encogió de hombros.

Si puede haber un error en el libro consiste en sacrificar la eficacia para poder ser más sobrio. La historia, epílogo, de la niña con la madre muerta por un cáncer y el padre visitando al psicooncólogo es un relato digno de Chéjov, otro médico. La niña quería pintar un sol en su cuaderno, pero le salía gris. Y también ambicionaba un árbol que tuviera muchas hojas y no tan escuálido como ella coloreaba. Pero no cejaba. Ya lograría un sol esplendoroso y un álamo preñado de hojas.

Esto y mucho más, y mejor escrito, lo pueden leer en Polifemo y la mujer barbuda. Nadie se lo va a sugerir, pero descubran lo que los simples no leerán jamás.

GREGORIO MORAN
17 juliol de 2017
lavanguardia.com