Cuando uno tenía nueve o diez años, volaba muy poca gente, sólo los adinerados o los otros en casos muy concretos e imprescindibles. No era España un país para volar y nos teníamos que limitar una vez al año, a comienzos de diciembre por la Virgen de Loreto patrona de la aviación, a ir al aeropuerto de Sabadell donde se podía subir gratis a una avioneta o un Fokker. Mi padre me llevaba cada año y al menos conseguía dar una vuelta por encima de Sabadell y ver la ciudad en miniatura. También se solía ir a el Aeropuerto del Prat, o Muntadas como me parece se llamaba antes, cuando era mucho más pequeño que ahora, a ver levantarse y aterrizar los aviones, como una imagen prohibida de viajar en libertad hacia otras tierras lejanas.

Con el tiempo, los vuelos comerciales primero y los turísticos después, se han ido abaratando hasta el punto de que como decía el año pasado puedes ir a cualquier lugar del mundo, sólo con la VISA, bañador, camiseta y unas chanclas. Ahora lo llaman "low cost" que ya es la última expresión de socialización de volar para todos, de hecho casi es como coger un autobús.
Cada día despegan y aterrizan miles de aviones en todo el mundo y de vez en cuando, sólo de vez en cuando se estrella alguno. Al decir alguno, quiero decir de las compañías avaladas por la IATA, las Rusas y de algún otro país que se arriesgan a despegar con Tupolev y otros por el estilo son ya otra historia.

Es cierto que de vez en cuando hay un grave accidente, pero es puntual, lo que si hay es incidentes. Estos incidentes, estoy seguro que se producen menudo y son lo que son, incidentes menores, pero que al activarse esta paranoica psicosis llamada "alarma social" salen en las noticias cuando seguramente no lo habrían hecho de no haber algún accidente serio antes, como ocurrió en su dia en Madrid.

Fuimos en avión Paris al día siguiente de que se estrellara el Concorde, de hecho incluso vimos los restos del accidente del día anterior, me he topado con un relámpago viniendo en un vuelo Paris-Barcelona (*). Aquí, mientras el avión descendía en barrena (o eso me pareció) el silencio era terrible, nadie decía nada, hasta que se estabilizó y nos explicaron lo que había sucedido, que nos había caído un relámpago, pero que todo ya estaba controlado.
No tengo miedo a volar, y si al volante, y en cambio con el coche voy cada día y aparentemente más seguro, más no es así, dentro del coche y con casi dos millones de kilómetros a la espalda si que me he jugado a menudo la vida, y el azar, la suerte o como le quieran decir, ha decidido que sea un superviviente. Por pura estadística ¿cuánta gente muere en la carretera al cabo del año y cuánta de accidente de aviación?. Volar es seguro, tan seguro como la irracionalidad de la gente en obsesionado en pedir, o exigir una seguridad que no existe ni se puede pedir, sobre todo cuando se viaja con chanclas.

(*) Mi primera experiencia como pasajero de Iberia, fue un vuelo Barcelona Palma una noche de un mes de diciembre de 1968. El vuelo salió con dos horas de retraso porque el avión (un Fokker) tenía problemas en un motor y se ve el repararon sobre la marcha. Finalmente ya de noche pudimos arrancar el vuelo (casi una hora de Barcelona a Palma) en medio de una tormenta de relámpagos y truenos de cagati lorito. En el avión que era mitad carga y la otra mitad pasajeros y que estaba en un estado de dejadez lamentable, íbamos dos monjas y un servidor, y no se quien rezó con más fe si ellas o yo durante la hora eterna que duró el vuelo con el avión que saltaba más que las tetas de Sabrina con el "boys, boys, boys". Por fin, al aterrizar en s'aeroport de Son Sant Joan en Palma a media de la noche y poner aliviado los dos pies en el suelo isleño no me agaché a besar el suelo como el Papa porque estaba mojado, pero casi.