DESCARTES ES UN REPLICANTE


No he ido a ver aún Blade Runner 2049, ando en dudas si verla o no, por miedo a la decepciòn, si revisé ayer la versión del director de la primera entrega. De ello nos habla Zîzêk en este artículo:

"Uno de los lugares comunes sobre el noir clásico establece su trasfondo filosófico en el existencialismo francés. Sin embargo, para comprender las implicancias del cambio radical en el noir de los años ochenta, debemos remontarnos más atrás, a la problemática cartesiana-kantiana del sujeto en cuanto «yo pienso» puro e insustancial.

Descartes fue el primero en introducir una fisura en el universo ontológicamente coherente: tener la certeza absoluta hasta el punto del «yo pienso» abre por un breve instante la hipótesis del Genio Maligno (le malin genie) que, a mis espaldas, me domina y maneja los hilos de lo que experimento como «realidad» (el prototipo del Científico Creador que crea un hombre artificial, desde el Dr. Frankenstein hasta Tyrell en Blade Runner). Sin embargo, al reducir su cogito a res cogitans, Descartes, por así decirlo, emparcha el agujero que recortó en la textura de la realidad. Solo Kant articula por completo las paradojas inherentes a la conciencia de sí. Lo que el «giro trascendental» de Kant pone de manifiesto es la imposibilidad de ubicar al sujeto en la «gran cadena de ser», en el Todo del universo, en todas esas nociones del universo como un Todo armonioso donde cada elemento tiene su lugar propio (hoy en día, abundan en la ideología ecológica). En contraste con esto, el sujeto está «dislocado» en el sentido más radical; carece constitutivamente de su lugar propio (hoy en día, abundan en la ideología ecológica). En contraste con esto, el sujeto está «dislocado» en el sentido más radical; carece constitutivamente de su lugar propio, por lo que Lacan lo designa con el matema S/, la S «tachada».

Para Descartes, esta condición de «dislocado» aún está oculta. El universo cartesiano se mantiene dentro de los límites de lo que Foucault, en Las palabras y las cosas, llamó «episteme clásica», ese campo epistemológico regulado por la problemática de las representaciones: su encadenamiento causal, su claridad y evidencia, la conexión entre la representación y el contenido representado, etc. Tras llegar al punto de certeza absoluta en cogito ergo sum, Descartes aún no concibe al cogito como correlativo de toda la realidad, es decir, como el punto externo a la realidad, exento de ella, que delimita su horizonte (en el sentido de la conocida metáfora del Tractatus logicophilosophicus de Wittgenstein del ojo que jamás puede ser parte de la realidad que se ve). A diferencia del agente autónomo que constituye «espontáneamente» el mundo objetivo en oposición a sí mismo, el cogito cartesiano es una representación que, al seguir el encadenamiento conceptual inherente, nos lleva a otras representaciones superiores. El sujeto primero verifica que el cogito sea una representación que pertenece a un ser intrínsecamente deficiente (la duda indica imperfección); en cuanto tal, implica la representación de un ser perfecto y libre de incertidumbres. Dado que es evidente que una entidad o representación inferior deficiente no puede causar una superior, debía existir el ser perfecto (Dios). La naturaleza veraz de Dios asegura, además, la fiabilidad de nuestras representaciones

de la realidad externa, y demás. Por lo tanto, en la visión final del universo de Descartes, el cogito es solo una de muchas representaciones en una totalidad compleja, parte de la realidad y aún no (o, en términos hegelianos, solo «en sí») correlativo a la totalidad de la realidad.

Entonces, ¿qué indica el quiebre entre el cogito de Descartes y el «yo» de la apercepción trascendental de Kant? La clave de esto radica en la observación que Kant hace respecto de Wittgenstein, dirigida a Descartes, según la cual usar «yo pienso» como una frase completa no es legítimo, ya que exige una continuación: «Yo pienso que… (va a llover, tienes razón, vamos a ganar…)». Según Kant, Descartes cae presa de la «subrepción de la conciencia hipostasiada», concluye erróneamente que, en el «yo pienso» vacío que acompaña cada representación de un objeto, obtenemos una entidad fenoménica positiva, la res cogitans (un «trozo del mundo», en palabras de Husserl), que piensa y es transparente a sí misma en su capacidad de pensar. En otras palabras, la conciencia de sí da autopresencia y autotransparencia a la «cosa» en mí que piensa. De esta manera, se pierde la discordancia topológica entre la forma «yo pienso» y la sustancia que piensa, es decir, la distinción entre la proposición analítica sobre la identidad del sujeto lógico de pensamiento, contenido en el «yo pienso», y la proposición sintética sobre la identidad de una persona en cuanto cosa-sustancia pensante. Al articular esta distinción, Kant precede lógicamente a Descartes: saca a la luz una especie de «mediador evanescente», un momento que debe desaparecer para

que la res cogitans cartesiana emerja. Lacan recupera esta distinción kantiana como la distinción entre el sujeto de la enunciación (sujet de l’énonciation) y el sujeto del enunciado (sujet de l’énoncé): el sujeto lacaniano de la enunciación (S/) también es una variable (no una función) lógica vacía e insustancial, mientras que el objeto del enunciado (la «persona») consiste en el «relleno» fantasmático que llena el vacío del S/…

Esta brecha que separa la experiencia propia del yo empírico del yo de la apercepción trascendental también distingue la existencia en cuanto realidad experiencial y la existencia en cuanto construcción lógica, es decir, la existencia en el sentido matemático («Existe una X que…»). El estado del yo de la apercepción trascendental de Kant es el de una construcción lógica necesaria e imposible a la vez («imposible» en el sentido preciso de que su noción jamás se puede llenar con la realidad experiencial intuida), en resumen: el de lo real lacaniano. Justamente, el error de Descartes fue confundir la realidad experiencial con la construcción lógica en cuanto lo real-imposible.

En este punto, el razonamiento de Kant es mucho más refinado que lo que parece. Para apreciar plenamente su sutileza, debemos hacer uso de la fórmula de la fantasía (S/ ◊ a) de Lacan: «yo pienso» solo en la medida en que soy inaccesible para mí en cuanto Cosa nouménica que piensa. Originalmente, la Cosa no está y el objeto-fantasía (a) llena ese vacío (en este preciso sentido kantiano, Lacan señala que a es «el relleno del yo»). El acto de «yo pienso» es transfenoménico, no un objeto de experiencia interna ni de la intuición. Sin embargo, no es un una Cosa nouménica, sino el vacío de su ausencia: no es suficiente decir que del yo de la apercepción pura «tomado por separado [de los pensamientos que son sus predicados], nosotros no podemos tener jamás ni el más mínimo concepto»]. Debemos agregar que esta falta de contenido intuido es constitutiva del yo; la inaccesibilidad al yo de su propio «núcleo del ser» lo convierte en un yo. Al respecto, Kant no es muy claro, por lo que una y otra vez cae en la tentación de concebir la relación entre el yo de la apercepción pura y el yo de la experiencia propia como la relación entre una Cosa en sí y un fenómeno experiencial.

Cuando, en consecuencia, Kant señala que «en la unidad sintética originaria de la apercepción, tengo conciencia de mí mismo, no como me aparezco a mí [mismo], ni como, en mí mismo, soy, sino solo [tengo conciencia de] que soy», lo primero que debemos notar es la paradoja fundamental de la formulación: me encuentro siendo desprovisto de todas las determinaciones del pensamiento en el preciso instante en que, por medio de la abstracción última, me limito a la forma vacía del pensamiento que acompaña cada representación de mí.

Por lo tanto, la forma vacía del pensamiento coincide con ser, que no tiene ninguna determinación del pensamiento formal. Sin embargo, aquí donde Kant parece acercarse más a Descartes, la distancia que los separa es infinita: en Kant, esta coincidencia del pensamiento y el ser en el acto de conciencia de sí de ninguna manera implica un acceso a uno mismo en cuanto sustancia pensante: «Por ese Yo, o Él, o Ello (la cosa) que piensa, no se representa nada más que un sujeto trascendental de los pensamientos = x, que es conocido solamente por medio de los pensamientos que son sus predicados, y del cual, tomado por separado, nosotros no podemos tener jamás ni el más mínimo concepto».

En resumen, no podemos ofrecer ninguna respuesta a la pregunta «¿Cómo está estructurada la Cosa que piensa?». La paradoja de la conciencia de sí es que solo es posible en el contexto de su propia imposibilidad: soy consciente de mí mismo solo en la medida en que estoy fuera del alcance de mí en cuanto núcleo real de mi ser («Yo, o Él, o Ello [la cosa] que piensa»). No puedo adquirir conciencia de mí en calidad de «Cosa que piensa». En Blade Runner, luego de enterarse de que Rachael es una replicante que se percibe (erróneamente) a sí misma como ser humano, Deckard le pregunta asombrado: «¿Cómo puedes no saber lo que eres?». Ahora podemos ver cómo hace más de doscientos años la filosofía de Kant delineó una respuesta a este enigma: la noción misma de la conciencia de sí implica el autodescentramiento del sujeto, que es mucho más radical que la oposición entre el sujeto y el objeto. De esto trata en última instancia la teoría kantiana de la metafísica: la metafísica se esfuerza por sanar la herida de la «represión primordial» (la inaccesibilidad de la «Cosa que piensa») al dar al sujeto un lugar en la «gran cadena de ser». Lo que la metafísica no logra ver es el precio que se paga por esta asignación: la pérdida de la calidad misma de la que quería dar cuenta, es decir, la libertad humana. El propio Kant se equivoca, en su Crítica de la razón práctica, al concebir la libertad (el postulado de la razón práctica) como una Cosa nouménica; así se confunde su idea fundamental de que yo conservo mi calidad de agente espontáneo y autónomo precisamente y solo en la medida en que no puedo acceder a mí mismo como Cosa."

DESCARTES ES UN REPLICANTE
Blade Runner  -  Slavomir Zîzêk

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