8.- Si se quiere conservar una ciudad que está acostumbrada a vivir libre, más vale gobernarla con el apoyo de sus propios habitantes, y no de otra manera.

Como modelo, tenemos a los espartanos y a los romanos. Los espartanos crearon tanto en Atenas como e Tebas un gobierno oligárquico, aunque en ambas ciudades fueron luego derrocados. Los romanos por su parte, destruyeron Capua, Cartago y Numancia, pero no las perdieron. Sin embargo quisieron conservar Grecia de una manera parecida a la de los espartanos, es decir, dejándola libre y permitiéndole sus propias leyes, pero no pudieron conseguirlo, de modo que se vieron obligados a destruir muchas ciudades de aquella provincia para no perderla. Porque, en verdad, no hay otro medio más seguro para mantener una `posesión que el de destruirla. Así que quien se adueña de una ciudad acostumbrada a vivir en libertad y no la destruye sólo puede esperar que esta le destruya; pues, en caso de rebelión, se escudará siempre en el nombre de la libertad perdida y en el de sus antiguas instituciones que nunca se olvidan por mucho tiempo que haya pasado, y aunque hayan sido muchos los beneficios obtenidos. A pesar de cuanto se haga o se intente prevenir, mientras no se disgregue y disperse a sus habitantes jamás se olvidarán de ese nombre y de esas instituciones, y los volverán a esgrimir en cuando se presente la ocasión. Así lo hizo Pisa tras más de cien años de dominio Florentino. Si embargo, cuando las ciudades o provincias están acostumbradas a ser gobernadas por un príncipe, aunque su estirpe haya desaparecido, como están por un lado habituadas a obedecer, y por otro, ha desaparecido ya el antiguo príncipe, son incapaces de elegir entre ellos a uno nuevo y de vivir libres. Además, como suelen tardar en empuñar las armas, con gran facilidad otro príncipe puede vencerlos y someterlos. Pero en las repúblicas hay más movimiento, más odio, más deseo de venganza, y nunca olvidan la antigua libertad; por eso, lo mejor en este caso es destruirlas o vivir allí.

Carta de Nicolás Maquiavelo a Lorenzo de Médicis.