No estoy nada de acuerdo con la palabra tolerar, me revienta cada vez que la escucho, sobre todo por la consecuencia de su aplicación, se tolera sólo para educación aquello que detesta o no entiende, que vendría a ser como una caridad mal entendida y peor aplicada, muy en la línea populista y falsamente piadosa de muchos cristianos viejos. Por tanto aparco en un rincón de la memoria la palabra tolerancia y saco a pasear, conocimiento mutuo, comprensión, solidaridad, mestizaje y complicidad. Y es que, esta sociedad instalada en un auto complacencia hedonista patente, obsesionada sólo en consumir y derrochar e ignorar todo aquello que pueda alterar su supuesta estabilidad, no está por esta labor de convivencia ni de solidaridad, y ve pasar la vida en través del televisor o la tarjeta de crédito, inmune a todo, interesada por nada, y son estos los síntomas los que marcan la decadencia real de una sociedad, cuando instalada entre este auto complacencia, el pasotismo y el aburrimiento, se empeña en molestarse por las pequeñas absurdidades cotidianas, perderse en mil y una tonterías, y hacer ver que no ve los problemas reales de su entorno; o dicho de otro modo, los ignora y desprecia, sean los migrantes que se nos ahogan día si día también en el Mediterráneo, o los muertos de cada día a Siria, Irán o allí donde sea del tercer mundo, que siempre se hace muy lejano.
Es una sociedad desconcertada, sin referencias, donde los valores han perdido su sentido, una sociedad que ha fracasado, no del todo por su propia culpa, tal vez, pero que ha ayudado mucho a llegar hasta donde hemos llegado, a que los jóvenes vivan peor que sus antecesores, que no tengan futuro, o lo tengan muy magro, pero no hacemos nada para arreglarlo o mejorar su situación, porque somos nosotros - la sociedad - quien lo tiene que arreglar, o luchar para arreglarlo, los demás no moverán un dedo, la situación de semi-esclavitud en que estamos ya les va bien.
Por ello, quisiera reafirmarme en el sentido de que nuestra sociedad, hace ya una temporada que ha comenzado a habitar permanentemente en ese estado previo a la decadencia moral y ética total, pero hay la esperanza de que los ciudadanos comunes despierten del sueño encantado en que moran, hacia una revolución de su estado de conciencia y se conviertan, finalmente y redentoramente, en los bárbaros de su propia libertad, sobre su propio suelo, los bárbaros que reclamaba hace ya tiempo Joan Fuster; de su propia libertad, y de la nuestra.