Siendo vicepresidente del Gobierno, Rodrigo Rato alentó políticas que allanaron el terreno a la mayor crisis económica en décadas; fue incapaz de advertir de la que se nos venía encima cuando ocupaba la privilegiada atalaya de director gerente del Fondo Monetario Internacional, y contribuyó decisivamente a la estafa masiva (todavía presunta) en que devino la salida a Bolsa de Bankia. Sin embargo, en su comparecencia parlamentaria del martes no dio muestras de contrición por ello y, con el aire chulesco que le caracteriza, hizo una exhibición de suficiencia y desdén por las críticas como hace tiempo que no se le veía.
Alardeó de sus resultados en materia económica, dando por bien merecidos los laureles de mejor ministro del ramo en toda la historia de España que José María Aznar le concedió; pasó de puntillas por su colosal error de cálculo sobre la crisis, del que nunca ha reconocido la menor responsabilidad, y culpó al Banco de España de lo ocurrido con Bankia. En cuanto a su caída en desgracia y posterior vía crucis judicial, se dijo víctima de una conspiración, supuestamente urdida por destacados miembros del Gobierno, con Luis de Guindos a la cabeza.
Cuando un diputado le recordó el coste para los contribuyentes del saqueo de las antiguas cajas de ahorros, en el que Rato participó con el uso y disfrute de las tristemente célebres tarjetas black, éste abandonó por un instante su imperturbabilidad. “¿Sabe usted cuánto han perdido los accionistas de la banca?”, dijo. “¡Cien mil millones, más otros setenta mil que han puesto en ampliaciones de capital! ¿Y eso es un saqueo? No, es el mercado, amigo”, sentenció sin ningún sonrojo, a sabiendas de que como mínimo no decía toda la verdad.
Porque, durante mucho tiempo, el Gobierno y los reguladores no tuvieron empacho en llamar a engaño a los pequeños inversores y clientes, diciéndoles que la banca española era la más saneada del mundo, incluso cuando habían surgido las primeras evidencias de que las cosas se empezaban a poner muy feas. So pretexto de preservar la estabilidad del sistema financiero, hubo un orquestado ocultamiento de la realidad, del que sólo se libraron quienes sabían lo que estaba pasando. Y eso no es el mercado, amigo.
Porque, a falta de lo que determinen los tribunales de justicia, la salida a Bolsa de Bankia fue un auténtico atraco a mano armada, según se supo después. Los administradores, con Rato al frente, vendieron como buena una mercancía averiada, con la complicidad de las autoridades (que ardían en deseos de quitarse de encima el problema) y de la auditora encargada de velar porque las cuentas de la entidad reflejaran una imagen fiel. Mintieron sin recato, pese a que sus mentiras podían costar muy caras a los miles de ahorradores que se las creyeron. Y eso no es el mercado, amigo.
Porque la factura de la fiesta (o buena parte de ella) la pagamos los contribuyentes, dada la larga tradición de este país de privatizar beneficios y socializar pérdidas. Tardaremos muchos años en zanjar la deuda contraída con la Troika, esa “asistencia financiera” que el Gobierno de Rajoy siempre se ha negado a llamar rescate, pero que llevó aparejada una serie de contrapartidas en materia de recortes que hemos soportado y seguimos soportando los de siempre. Y eso no es el mercado, amigo.
Porque la voladura controlada de las cajas de ahorros fue una bendición para la banca, que en media docena de años se libró de sus más serios competidores, no mediante un proceso de selección natural, sino porque así lo quisieron los sucesivos gobiernos. Los restos de ellas se los repartieron las entidades privadas, que hoy son más grandes y tienen más poder que antes de la crisis, además de disfrutar de un colchón de fondos públicos ante posibles quebrantos derivados de su compra, llamado esquema de protección de activos.
Y eso, eso tampoco es el mercado, amigo… Rato.
@vicente_clavero - publico.es
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