Hace un par de noches, dos grupos antagónicos de catalanes, amagaron con enfrentarse en una especie de duelo que recordaba las peleas de bandas callejeras. Unos, habían convocado a sus partidarios para eliminar los lazos amarillos de Barcelona. Al enterarse, sus adversarios llamaron a defender los símbolos del independentismo. Entre gritos e insultos, coincidieron en la plaza Francesc Macià. No es la primera vez que unos y otros se concentran en esta plaza para medir sus fuerzas. Los Mossos impidieron una batalla campal.
Poco a poco, nos vamos acostumbrando a estas noticias. De momento, la violencia es anecdótica, de muy baja intensidad. Unos balines disparados contra un balcón del que cuelga una estelada. El lanzamiento de excrementos contra la entrada a la sede de Ciudadanos en l’Hospitalet, una acción pestilente, que se ha repetido ya 12 veces. Las pintadas contra los profesores del instituto de Sant Andreu de la Barca acusados de humillar en clase a unos hijos de guardias civiles. Las disputas en Mataró entre un hombre decidido a eliminar lazos de plástico y un grupo de militantes independentistas que lo filman e increpan. El altercado entre Juan Carlos Girauta y una pareja con lazo amarillo. Las acciones de la llamada “resistencia tabarnesa” en las comarcas de Tarragona, descolgando pancartas y repintando los lazos a la manera de la rojigualda. Las pintadas en el domicilio de un líder del PSC o contra varios locales socialistas. Las pintadas nazis contra la sede de la CUP en Figueres. Las pintadas españolistas contra la sede de ERC en El Vendrell y las independentistas en el local republicano de Olot en las que se les acusa de “traición”. Etcétera.
El país vive al margen de estas tropelías, que son minoritarias, sí, pero que se han convertido en rutina. El día que los Mossos no puedan evitar una batalla campal, el día que alguien caiga herido por causa de una bandera, un lazo o una idea, ya no estaremos a tiempo de retroceder. Esta violencia de muy baja intensidad, estas gamberradas, estos choques rituales son el aperitivo antipático de un futuro inquietante. Son el agua tibia en la que se está bañando la rana catalana, mientras pretende ignorar que el fuego de la división sigue encendido y que cada día la temperatura sube un pelín más. En lugar de afanarse en apagar el fuego, los líderes políticos, judiciales y policiales compiten por regarlo con gasolina.
Se decía que el síndrome de la rana hervida era falso y que el anfibio, al notar que el agua se calienta, salta de la olla por instinto de supervivencia. Pero un experimento demostró que si la velocidad de calentamiento del agua es menor de 0,02 grados, la rana se queda quieta y acaba muriendo hervida. La metáfora de la rana nos viene que ni pintada. Nadie trabaja para recuperar un mínimo común denominador entre los catalanes de uno y otro signo; tampoco para conciliar a los catalanes y españoles. Imperceptiblemente, se van consolidando las antipatías, los recelos, los odios, los enfrentamientos rituales. Y después, ¿qué vendrá? ¿Qué nos espera? - antoni puigverd - lavanguardia.com
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