Slavoj Žižek (Liubliana, 1949) llegó el lunes al Círculo de Bellas Artes para recibir una medalla de oro de la institución y pronunciar la conferencia Ernst Lubistch: cinismo, humor y compromiso. Lo primero lo hizo, aunque fantaseó con que una camarera de piso se encontrase su medallón dorado tirado en el suelo, pero lo segundo ya fue otro cantar.... 
"Dije eso en uno de mis libros, no sé cuál, tengo demasiados", espetó en un momento el filósofo esloveno. Eso es precisamente lo que le ocurre con las ideas. Las remueve de un lado para otro, mezcla pornografía con Jacques Lacan, pedofilia con el me too, morbo informativo con Santo Tomás de Aquino. Tiene demasiada información en su cabeza como para limitarse a hablar de la filmografía de un cineasta, aunque ese sea el objeto principal de su charla: el próximo ciclo de películas de Lubistch.

Han pasado diez meses desde su última aparición en Madrid y siete desde que el me too comenzase a remover los cimientos del patriarcado conocido. El feminismo es un tema que le gusta abordar a Žižek y esta ocasión era tan propicia como cualquier otra. Estableciendo un breve nexo de unión con el cine del homenajeado, el pensador aclaró que quería centrarse "en temas actuales, como el dominio particular en la lucha por la emancipación en el feminismo".
Antes de meterse sin protección en terreno pantanoso, Žižek indicó varias veces que él se considera feminista. "Cuando las mujeres se visten de forma provocativa para atraer la mirada masculina, se cosifican a sí mismas para seducir al hombre. No lo hacen ofreciéndose como objetos pasivos, sino que son agentes activos de su propia cosificación: manipulando a los hombres, iniciando juegos ambiguos e incluyendo el pleno derecho, por supuesto, a detenerlo en todo momento", afirmó.

"Las mujeres se visten de forma provocativa para atraer la mirada masculina y se cosifican a sí mismas para seducir al hombre. No se ofrecen como objetos pasivos, sino que son agentes activos de su propia cosificación".

Justo antes había hecho mención al cambio de mentalidad respecto al feminismo del mayo del 68, "que tanto se celebra en esos días". Recordó que los periódicos liberales de la época publicaron una firmas que exigían descriminilización de la pedofilia. "No eran solo unos lunáticos marginados, entre ellos estaban Simone de Beauvoir, Sartre o Foucault", enumeró.

"Reivindicaban la abolición de la frontera cultural y represiva que separaba la vida sexual de los niños de la de los adultos y que el derecho a disponer libremente del cuerpo debía extenderse a los menores. Hablaban específicamente de niños de 4-5 años", explicó con cierta sorna. Toda esta introducción le sirvió para establecer las diferencias entre  el feminismo encabezado por Germaine Greer en los sesenta y las feministas del me too, que "rechazan su tesis principal de que las mujeres deberían liberarse sexualmente de la dominación masculina y asumir una vida sexual activa sin entrar en el juego de las víctimas".

"En Occidente somos muy conscientes de cuándo hay coacción y explotación en las relaciones sexuales. Pero tenemos que recordar que millones de mujeres, de forma cotidiana, flirtean y entran en un juego de seducción para obtener un compañero con el que hacer el amor", puntualizó antes de proyectar la famosa escena del tonteo entre Ewan McGregor y Tara Fitzgerald en Tocando el viento (1996). 
Aunque se manifiesta crítico con el legado del 68, "lo que sí que rechazo es esta idea que utilizan las feministas ahora de que la mirada masculina cosifica. Estoy a favor de la cosificación mutua. No debería ser una humillación, y esto es quizá uno de los mayores logros de la liberación sexual. Que las mujeres tengan el derecho, no a ser cosificadas por los hombres, sino a cosificarse a sí mismas. El problema es que deberían tener el control sobre el juego de la seducción", afirmó.

En su opinión, ese "papel activo" de las mujeres es la libertad que molesta a los fundamentalistas de todo tipo. "Desde esos musulmanes que han prohibido que las mujeres toquen plátanos y otras frutas en televisión porque se relaciona con deseo, hasta nuestro chovinismo masculino que se indigna con una mujer que primero les provoca y luego rechaza el contacto sexual", dijo haciendo referencia a los alegatos actuales sobre el consentimiento y la violencia de ciertos hombres ante el rechazo.

"Estoy a favor de la cosificación mutua. Es quizá uno de los mayores logros de la liberación sexual. Que las mujeres tengan el derecho, no solo a no ser cosificadas por los hombres, sino a cosificarse a sí mismas".

Sin embargo, para equilibrar un poco la balanza, Žižek quiso citar también a Arthur Koestler y "recordar que la dominación patriarcal corrompe a sus dos polos. Incluso a las víctimas. Por consiguiente, debemos hablar de la manipulación femenina y la brutalidad emocional como una respuesta desesperada a la dominación masculina. Por supuesto, deben responder luchando como pueden, pero no estoy de acuerdo en imponer normas explícitas para controlar la sexualidad", precisó.

Y terminó ofreciendo un consejo sobre lo que él haría "si fuese feminista, bueno, feminista mujer": "Recordaría cómo muchas formas de la violencia masculina en la actualidad son reacciones desesperadas de impotencia social y económica. El caso más claro es Sudáfrica, que está batiendo todos los récords de violaciones. Esto no se puede entender sin atender a la situación desesperada, a la decepción de la mayoría negra y a la pobreza. Yo, si fuese una feminista radical, apuntaría esta cuestión".

"Si fuese feminista mujer recordaría que muchas formas de violencia masculina son reacciones desesperadas de impotencia social y económica".

La lección "feminista" de la pornografía

Saltando de debate en debate, y cada cual más polémico, Slavoj Žižek se introdujo de lleno en otra gran controversia del feminismo actual: la cosificación del cuerpo de la mujer en la pornografía.

"No tengáis miedo de recibir de mí una lección feminista. ¿Cuál sería el arquetipo fundamental de la pornografía  hardcore? Para el chovinismo masculino, sería una mujer en la cama con las piernas hacia arriba y un hombre penetrándola. En casi todas las películas porno, el hombre esta instrumentalizado, no se le ve la cara. Pero la mujer siempre está mirando hacia la cámara y haciendo gemidos", abordó con su peculiar estilo provocador.

"¿Cuál es la lección feminista de esto? El hombre es solo un instrumento, nadie se preocupa por él. Pero la mujer debe reafirmar su placer con gemidos y sonidos. Es erróneo decir que yo, como chovinista masculino viendo porno, me identifico con el penetrador. No, soy el observador que busca una prueba del placer de las mujeres. Es una una humillación aún peor para ellas: es peor ser subjetivada forzosamente y opresivamente que ser cosificada", dijo incluyendo pinceladas sobre la perversión de Freud. 

"Este es el chovinismo machista en su peor expresión: no solo explotamos a las mujeres, sino que queremos que nos pidan, que nos rueguen darles placer".

El nuevo opio del pueblo: droga y populismo 

En sus dos horas de discurso, el filósofo, escritor y filólogo esloveno abordó varios temas en profundidad y pasó por el márgen de otros que sería imposible enumerar al completo. Pero una de sus reflexiones más aplaudidas fue con la que comenzó la charla: "Me gustaría empezar con la conocida fórmula marxista de la religión es el opio del pueblo. En cierta parte es verdad, pero en el mundo occidental hay otras dos versiones del opio del pueblo que son mucho más actuales: el opio y el pueblo".
La primera se referiría al uso común de las drogas, desde los antidepresivos hasta los narcóticos duros. "Estas intervenciones químicas son contradictorias: usamos las medicinas para mantener la excitación externa bajo control y desensibilizarnos. Pero luego también usamos drogas para generar una excitación artificial", diferenció.

"En el mundo desarrollado, a nuestras vidas públicas le falta cada vez más excitación colectiva ofrecida por un compromiso político verdadero. De vez en cuando sucede: Podemos, Syriza, o Bernie Sanders en EEUU. Pero la política no es emocionante. Así que las drogas generan una eutanasia de la vida pública y una excitación artificial de la vida privada".

"La política no es emocionante. Así que las drogas generan una eutanasia de la vida pública y una excitación artificial de la vida privada".

La segunda y, según el propio pensador "menos celebrada", sería el populismo. "El pueblo como un gran fetiche donde los antagonismos desaparecen. Pero ahora viene el problema: lo último de esta serie de opios es el antifascismo", dijo para regodearse en su propio fanfarroneo. Sin embargo, como buen líder de izquierdas, pronto pulió esa afirmación: "El antifascismo de la nueva derecha es peligroso [dijo poniendo de ejemplo a Macron] porque provoca ceguera ante el hecho de que los lemas que antes eran de la izquierda están siendo adoptados por la derecha populista".

Slavoj Žižek había advertido desde el primer minuto que intentaría dejar de lado esa imagen de provocador (que es gasolina para sus detractores) y "reservarla a la nueva derecha,la de Trump, ya que hoy la mayor provocación es ser amable y educado". Pero esto apenas llegó a ser un espejismo de corrección política. Le duró hasta que encadenó dos ideas seguidas bañadas de drogas, pornorafía y el deseo sexual de ser cosificados para volver a hablar como el Žižek de siempre. El único filósofo actual que, por odiado o por idolatrado, mueve masas. - ELDIARIO.ES